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Mostrando entradas de febrero, 2010

El Iluminado. El Maldito. Artaud.

"... A Van Gogh, en cambio, que puso a cocinar una de sus manos, nunca lo acobardó la lucha para vivir, es decir, para diferenciar el hecho de vivir de la idea de existir, y en verdad cualquier cosa puede existir sin hacer el esfuerzo de ser, y todo puede ser, sin hacer el esfuerzo de irradiar y rutilar como Van Gogh, el desorbitado. La sociedad lo despojó de todo esto para organizar la cultura turca que tiene la honestidad por fachada y el crimen por origen y base. Y fue así que Van Gogh murió suicidado, por que la sociedad en su conjunto ya no pudo tolerarlo. Ya que si no había espíritu, ni conciencia, ni pensamiento, ni alma, había materia combustible, volcán floreciente, piedra en trance, tolerancia, bubones, tumor asado, y escara de desollado. Y el rey Van Gogh incubaba aletargado la siguiente alarma de la insurrección de su salud. ¿De qué manera? Por la evidencia de que la buena salud es una plétora de males encerrados, de un magnífico anhelo de vida con cien úlceras corroíd

La invención de la soledad - Paul Auster

Un día hay vida. Por ejemplo, un hombre de excelente salud, ni siquiera viejo, sin ninguna enfermedad previa. Todo es como era, como será siempre. Pasa un día y otro, ocupándose sólo de sus asuntos y soñando con la vida que le queda por delante. Y entonces, de repente, aparece la muerte. El hombre deja escapar un pequeño suspiro, se desploma en un sillón y muere. Sucede de una forma tan repentina que no hay lugar para la reflexión; la mente no tiene tiempo de encontrar una palabra de consuelo. No nos queda otra cosa, la irreductible certeza de nuestra mortalidad. Podemos aceptar con resignación la muerte que sobreviene después de una larga enfermedad, e incluso la accidental podemos achacarla al destino; pero cuando un hombre muere sin causa aparente, cuando un hombre muere simplemente porque es un hombre, nos acerca tanto a la frontera invisible entre la vida y la muerte que no sabemos de qué lado nos encontramos. La vida se convierte en muerte, y es como si la muerte hubiese sido due

Bajo perfil

El mío era un departamento pequeño, lo que se dice un departamentito . Chiquito chiquito. Al ingresar, un solo golpe de vista bastaba para abarcarlo todo. O casi todo: una exigua cocina, una cocinita digamos, que quedaba fuera del campo de visión, por la simple razón de que para introducirse en la cocina, había que tener cerrada la puerta de entrada del departamento. Que el cuarto de baño tampoco fuera observable a simple vista era de agradecer. Uno jamás ha sido suficientemente ordenado, así que bien podía suceder que dentro hubiera una colección de objetos y prendas que, naturalmente, no eran susceptibles de ser expuestos a cualquier mirada indiscreta. Con tan reducido espacio, aunque decir espacio es toda una hipérbole, nadie pensaría que pueda existir inconveniente alguno para que prontamente, con dos o tres muebles pequeños, un par de sillas y una mesa, ese cuchitril quedara tan atiborrado que fuera casi ineludible moverse dentro como un campeón de salto en alto. Sea como fuere

Todo un Caballero

“Agilulfo Emo Bertrandino de los Guildivernos y de los Otros de Corbentraz y Sura, Caballero de Selimpia Citerior y Fez”, respondía él cuando alguien le preguntaba el nombre. Por lo pronto, nos importan dos cosas: una, ya dicha. Era Caballero, en el grande y victorioso ejército de Carlomagno. La segunda, que no existía. Ése era el Caballero Agilulfo, el Caballero Inexistente . Uno lee sus batallas, lo acompaña en el entrevero de los caballos que piafan y las lanzas que se parten, lo ve ir y venir entre polvaredas que ciegan, incansable en el campamento, nunca ocioso, uno comprende que el caballero es la imagen viva de lo que había delineado el Código de Caballería. Y sin embargo, todos lo evitan, le tienen encono, nadie le profesa gran estima. Ella menos que ninguno. Es natural, por cierto. Agilulfo no era de cuna noble: conquistó con su espada y su armadura el noble título cuando rescató una doncella. El ahora Caballero llegó en el preciso instante en que unos rufianes estaban a p

Visiones en la sombra - Nathaniel Hawthorne

"Aquí estoy en mi cuarto habitual, donde me parece estar siempre. Aquí he concluido muchos cuentos, muchos que después he quemado, muchos que sin duda merecen ese ardiente destino. Esta es una pieza embrujada, porque miles y miles de visiones han poblado su ámbito, y algunas ahora son visibles al mundo. A veces creía estar en la sepultura, helado y detenido y entumecido; otras creía ser feliz... Ahora empiezo a comprender por qué fui prisionero tantos años en este cuarto solitario y por qué no pude romper sus rejas invisibles. Si antes hubiera conseguido evadirme, ahora sería duro y áspero y tendría el corazón cubierto de polvo terrenal... En verdad sólo somos sombras...". Una cita de Borges en "Otras Inquisiciones" a Nathaniel Hawthorne.

Sobre lo perdido y lo recobrado (Parte III)

De todas las novelas que leí en el tomo de Maestros Rusos, Nosotros me pareció superior a todas en muchos sentidos. Por esos tiempos, 1984, la novela de Orwell, ya había pasado por mis manos, y sin embargo cuando leí Nosotros tuve la impresión de estar mirando el mismo paisaje que Orwell describiera en 1984, pero con una mirada centrada en lo que nos cristaliza humanos, a la vez que pesimista sobre la concreción de mundos perfectos. Quizás por la forma improbable por la que me enteré de aquella novela, quizás porque el hombre que la había escrito captó alguna escencia vital, cosa siempre difícil de conseguir, quizás simplemente porque disfruté tanto Nosotros , haberlo perdido para siempre resulta tan frustrante. Cada vez que uno pasa por una librería de saldos mira entre los estantes y espera casi sin esperanza. Lo imposible de reiterar, en otro espacio, en otro tiempo, aquel afortunado descubrimiento, no evita que uno escarbe a la espera del prodigio. Cuando sale a la calle,

Sobre lo perdido y lo recobrado (Parte II)

Es imposible, completamente inadmisible para el ánimo de un lector cuasi vicioso, pasar delante de una librería y seguir de largo. Si la librería es de libros nuevos, uno examina los títulos, los intuye, se pregunta sobre temas y tramas, descubre rostros conocidos, algunos amados, otros odiosos, observa encuadernaciones y critica artes de tapa. En cambio, si la librería es de usados, la operación interna es completamente distinta: uno se convierte en arqueólogo, en buscador de tesoros. Las librerías de saldos tienen la ventaja adicional de la diferencia pecuniaria: uno debe agradecer a los dioses de las letras que muchos dueños de esas librerías no tengan ni pizca de idea del valor de los libros que venden por precios exiguos. En una de estas auscultaciones de estantes fue que Nosotros , la novela de Yevguieni Zamiatin, llegó a mis manos. Y no venía sola: era un tomo bellísimo, encuadernado en piel, con hojas en papel Biblia; pertenecía a una discontinuada colección de la Editor

Sobre lo perdido y lo recobrado (Parte I)

Hace unos días escribí sobre la novela distópica 1984, de George Orwell. La idea inicial, sin embargo, era completamente distinta. No quisiera ponerme ahora en tren místico o trascendental, decir por ejemplo que quién escribe no sabe hacia dónde es que apunta sus cañones, que desconoce qué cosas le van a suceder a sus personajes, si el texto finalmente decidirá por si mismo tomar un tono trágico, cómico o aburridamente insulso, que la “obra” tiene algo así como una voluntad autárquica que corre por fuera de la propia mano que entreteje las frases, que las teclea más bien, para decirlo de modo contemporáneo y globalizado. Mi texto sobre 1984 distrajo mi intención primera, hablar de otro libro que estimo casi desconocido, “ Nosotros ”, de Yevgueni Zamiatin. (Eugène para los franceses; Eugen para los alemanes; Eugene para los ingleses; Eukene para los del país vasco; Eugenio, para los amigos) Lo cierto es que alguna gente acusó a Orwell de copiar el argumento de 1984 del libro que el

Lo que Ellas hacen

Conozco más de cuatro mujeres que adoran caminar las peatonales de Córdoba, los shoppings , las calles comerciales del centro, las galerías techadas, en fin, todos esos sitios que tienen como factor común la presencia abrumadora de vidrieras . Uno puede ver sus caras: en los ojos se trasluce la avidez de sus deseos. Cuando ya no soportan más, necesitan materializar la imagen de esa lindura sobre sus cuerpos. Primero, piden ver. “Me mostrás esa blusita que tenés ahí?”, dicen, y el tono quiere simular un interés de compra que no tienen. Después se prueban todo . Y casi siempre vuelven a la calle, a las vidrieras, a mirar y mirar, sin comprar nada . Uno bien puede padecer horas y horas de trajines como ése si ha tenido la pésima idea de ofrecerse como compañero de compras. Quizás sea mejor decir que es arrastrado en un recorrido exploratorio más que de compras, toda vez que ellas saben que no van a adquirir ni una media.

Estilo Griego

El Griego dice: necesariamente deberé hacer las de Salomón con este texto también bue, ya veré. UPR dice: ya se ve, sí El Griego dice: dios, estoy preñado UPR dice: tenés antojos? El Griego dice: no, sólo ideas amontonadas que quieren salir todas juntas UPR dice: tratá de no colgarte taaaanto El Griego dice: colgarme? con qué? UPR dice: escribiendo mucho digo El Griego dice: es mi ESTILO, che UPR dice: bueno, che. era para que no abuses de tu ESTILO, che El Griego dice: abusar es mi ESTILO, che. ;) UPR dice: jajajaja

Las Historias de Don Rolo (Capítulo V)

Don Rolo mira a Juan, que me mira casi con desesperación. Pero la cara de mi amigo se transmuta en ese momento, y torciendo la boca en un gesto picaresco le dice a Juan: “Mirá si por ser tan poco cuidadoso con tu amiga, ahora se te queda seca una pierna. O te pasa algo peor todavía, mirá si la mina se entera de que estuviste hablando así de ella, y te la deja inservible…” Don Rolo, para fastidio de Juan, rie con tanta fuerza que todo la gente que estaba en el bar se dio vuelta para ver qué pasaba. Lo que siguió, la prudencia impide reproducirlo.

Las Historias de Don Rolo (Capítulo IV)

“Pero resulta que el pastor-príncipe era lo que en el litoral argentino llaman “panza resfriada”, quiero decir, que no sabía quedarse callado. Y un poco se entiende ¿no? ¡El tipo se había acostado con la mismísima diosa del Amor! Bueno, el caso es que después de aguantarse las ganas de contar en el mercado, en la plaza mayor, en la taberna, pensó: “No se va a enterar… y capaz que así alguna otra mina me quiera entregar su corazón. Si Afrodita no se pudo resistir a mí ¿qué mina no caería rendida si cuento lo que me pasó?” Así que eso hizo. A la próxima mujer que le gustó le contó la historia de sus amoríos con la divina Afrodita. Y claro, la mina le entregó su corazón. También. Pero la diosa se enteró. Y no le gustó ni medio. Peor que eso: se puso furiosa. Imaginate vos que no era cosa que se anduviera diciendo por ahí que La Diosa se acostaba con el primer mozo que encontraba tirado debajo de un árbol. ¿Y saben qué pasó?” Juan me miró, pálido. Yo creo que además de exagerado era un tan

Las Historias de Don Rolo (Capítulo III)

“La cosa pasó más o menos así: un tipo , que no se sabe bien era si pastor o príncipe, la verdad da lo mismo, estaba un día en un prado, descansando. En eso aparece una mujer, hermosa, como todas las mujeres de antes. El tipo no era nada feo tampoco, o eso dicen, y ahí nomás le buscó charla a la mina. En esa época, si eras príncipe tenías mucho tiempo, total, no tenías que hacer nada. Para eso tenías doscientos sirvientes. Y si eras pastor, menos. Vieron que las ovejas son los bichos menos molestos que hay. Con tal de que tengan un poco de pasto y agua, están contentas. Las mirás de lejos nomás y te echás bajo la sombra de un árbol. Mientras tocás la flauta o escribís La Eneida, qué sé yo. Bueno, sea como fuere, el tipo tenía tiempo como para pasear por el mercado y escuchar los chismes de las viejas. Viste cómo es. Las viejas siempre tienen cosas para contar. Así que cuando vio que la mina se reía tan lindo con las cosas que contaba, se despachó con las historias más picantes que tení

Las Historias de Don Rolo (Capítulo II)

Estamos Don Rolo y yo, que salí hace diez minutos de la oficina y, a la vez que me desintoxico de doce horas de indigestos papeles contables, aprovecho para conversar un poco con mi amigo, de lo que sea él que tenga ganas. O de nada, porque también es habitual ese silencio obstinado en Don Rolo. Se nos une Juan, otro de los habituales del bar. Tiene más o menos mi edad y trabaja cerca de aquí. Es abogado. Juan se ha ganado la fama de, por lo menos, exagerado: mucho de lo que cuenta tiene siempre ese barniz novelesco que a uno lo deja con la sensación de que el muchacho está contando alguna película hollywoodense llena de efectos especiales. Luego de sentarse y pedir un whisky doble (“en las rocas, che” le dice al mozo. Tiene esas cosas Juan: parece como si estuviera siempre pendiente de que lo que haga sobresalga, de la manera que sea), sonríe ampliamente y suelta: “No se imaginan la mina con la que estuve anoche. Una princesa. Qué digo, una diosa escapada del Olimpo”. Don Rolo mira su

Las Historias de Don Rolo (Capítulo I)

Don Rolo es un personaje prodigioso. Cualquiera que lo vea sentado en “El Andén”, un bar de esos que ya no quedan, como no quedan excéntricos tan fantásticos de la cepa de Don Rolo, cualquiera que lo vea, digo, siempre libro en mano, un café negro (“corto, como vivir, amargo, como el amor, e intenso, como hembra buena”) y el eterno cigarrillo haciendo equilibrio entre sus dedos, podrá pensar que ese señor ya encanecido, un poco torvo a primera vista y lacónico, en principio al menos, pueda tener algo de especial. “Pibe, ¿te das cuenta que mucha gente cuando habla no dice nada? Deberían gravar el habla. Creo que así uno se ahorraría de escuchar tantas pavadas ¿no te parece?”. Lapidario, como ven. Nunca me dijo por qué cosa conmigo fue tan condescendiente y jamás me compadreó como hace, más en broma que de veras, con casi cuanto ser se arrime al bar. Lo cierto es que no creo que falte a la verdad si digo que somos amigos. Para que ustedes comprendan la singularidad de Don Rolo lo diré de

Orwell, 1984

Todo empezó por un mensaje de texto, Decía más o menos así: "C k no t gust k t scrbasi. M da fiac. Tnes '84 d Orwll?" Traduzco, por si acaso: "Sé que no te gusta que te escriba así. Me da fiaca. ¿Tenés 1984, de Orwell?" Estuve tentado, les juro, a responder: “¿Para qué querés leer 1984 si estoy viendo que tenés un master en Neolengua?”. Pero el Nene es mi hermano consentido. Claro que lo tengo, cómo no, te lo presto. Orwell, 1984. El Gran Hermano. La Neolengua. La reescritura del pasado. La Policía del Pensamiento. Los cuatro Ministerios: Amor, Paz, Abundancia, Verdad. Las tres Superpotencias. El control, siempre el control: sobre cada centímetro, sobre cada segundo, sobre lo presente, lo pasado y lo futuro. Orwell. 1984 . El Nene, que nació en el ’89. Madre dice que me imita, que quiere ser como él cree que soy, que es malhumorado y pendenciero, amigo de los argumentos, los buenos, los malos, los inconvenientes, que no puede mantener cerrada la b

Mejor, no me ames.

Cualquiera que, por casualidad, se hubiera enterado de cuál era el plan para que María Antonieta no tuviera que prescindir de su cabeza, seguramente reiría. Luego se sorprendería de lo convencido que el Caballero Enamorado estaba de poder realizarlo. Finalmente, se asustaría. Ya se sabe que, ojos que no ven, corazón que no siente. Sobre todo si se vive a la sombra de Robespierre y Louisette es la actriz más famosa de París . Con tamaña amenaza pendiendo, literalmente , sobre tu cabeza, siempre es mejor estar a ciento cincuenta kilómetros del lunático que dice sinsentidos de ese calibre. Es que, si se lo piensa un poco, muy poco, imaginar que podría concretar la evasión de la derrocada Reina disfrazándola de humilde lavandera, trasponer la guardia de la Conciergerie y salir caminando como cualquier hijo de vecino, era realmente descabellado. Sea como fuere, el Caballero visita a María Antonieta en su misérrima celda, le entrega una carta lacrada, y, como corresponde a un Bu

Hansel y Gretel o El complot

Sucede que soy mucho más lector que escribiente. Y todas las veces que intenté mantener en funcionamiento un blog, fracasé. Y sigo fracasando, claro. Como para comprender un poco la dinámica "bloggera", me interné en esa maraña de enlaces que apuntan a todos los puntos del ciberespacio, con resultados disímiles: unas veces no pase de leer un par de lineas, otras algún que otro post, y en otras, las menos, pasé dias recorriendo las huellas de los demiurgos de los más variados estilos, voces y, digamoslo de una vez, literatura. He aquí una historia de lector de blogs. Mínima, casi banal. Supongamos -afirmarlo sería jactarme de una memoria que no poseo- que la fecha en que esta historia comienza fuera un día de abril de 2008. Alguien publica un libro . Del contenido no se habla demasiado. Sí del apellido de la autora. Y sobre todo se habla del título de la publicación: estalla ese vocablo que entre aquellos que se dedican a tejer y destejer palabras es anatema: plagio. Nada de

Los amantes

Había algo en ellos que no le terminaba de encajar… Eran jóvenes, bellos y estaban enamorados. Hacía ya dos años vivían en su pequeña casa, y ella estaba encinta. Si uno hubiera preguntado en el vecindario, eran la pareja perfecta, se los veía radiantes, felices. En una palabra: la vida les sonreía. Es cierto que no les había resultado nada fácil. La vida en una ciudad de provincia tiene sinsabores: a nadie escapa que sus familias habían tenido diferencias importantes, y que el encono entre ambas estirpes perduraba desde hacía ya varias generaciones. Hubieron de recurrir a celestinas, amigos encubridores, visitas clandestinas en plena oscuridad y cien formas ingeniosas para conseguir que su amor perdurase en medio de tanta inclemencia. Temieron que nunca se fuera a realizar su deseo de unión. Pese a todo, mirado hacia atrás, el camino, sinuoso, había terminado en este oasis de dicha. Y sin embargo, había algo en la historia de ellos que no le terminaba de encajar. No pudiendo quedarse

El crimen perfecto

Era un pusilánime. Por eso lo maté. No hacía falta más que ver cómo se arrastraba detrás de cualquier deseo, palabra o, más repulsivo aun, capricho de Ella. Y ni siquiera eso: fiel perro alcahuete que la seguía contento por migajas que se caían de Su mano, alegre de por lo menos estar cerca, dentro del universo encantado por la voluntad omnipotente de Ella. El infeliz no se daba cuenta de lo insoportablemente patética que era su imagen haciendo de faldero incondicional. Si por lo menos la hubiera merecido. Si al menos en su alma hubiera virtud suficiente para pretenderla. Era nefasto: toda esa ansia absurda de apuntar hacia un brillo completamente ausente en su pobre persona minúscula, triste marioneta de trapo, indigente de voluntad y vida. Yo no pude soportar esa visión: el único, yo lo sé, que comprendió la naturaleza de Ella, fui yo, no él, ni nadie más. Ella es algo demasiado precioso como para que una mediocridad tan cabal la rodee. Por eso te maté. Por eso te arrastré hasta aquí

Los deseos de siempre

Una amiga me dice que quiere encontrar un hombre que no mienta. Un amigo quiere encontrar una mujer que haya nacido de un repollo; no soporta a la familia de su chica. Varias amigas ponen como conditio sine qua non , que él tenga un vehiculo, en lo posible un auto, y cuanto más caro, mejor. Varios amigos piensan que es estrictamente imprescindible que ella sepa todo acerca del buen arte de cuidar el hogar: coser, lavar, planchar y cocinar, y si además sabe abrir la puerta para ir a jugar, mejor. La escala cromática de los encuentros deseados va desde "guapo" a "sin rollos", "con la vida resuelta" a "que me quiera". Millones de tonalidades. Yo creo que bien podría contentarme una mujer que encuentre. Y descubra. Y conquiste. Ella a mí, por supuesto.

El barómetro, o sobre las penas y alegrias de Juan.

Cuando conversaban y ella le decía mamerto, pavote, nabo o aparato, él sabía que estaba bien encaminado. Cuando él decía alguna cosa que debería haberla incomodado, y ella le decia tarado, era claro que el rubor lo invitaba al beso. Si, en cambio, ella le decía estúpido, con un leve alargamiento de la "ú", el tenía por seguro que esa noche dormiría con ella. Cuando sucedía que al saludarlo ella decía "Hola Juan", él respiraba hondo y, acongojado, se sentaba a esperar el temporal, que crecería hasta cobrar dimensiones las de un tsunami.

Némesis

Mejor, no intentes escribir cuando estas lleno de bronca; no intentes disimular tu encono detrás de las letras: no conseguirás ir más alla de un exiguo insulto. Dejá que la bronca se asiente. Dejá que la rabia destile y purifique. Entonces, cuando estés tranquilo, cuando consigas que las palabras vengan como siempre, amistosas y dóciles, deciles que nombren el coraje de toda tu bronca y enfado, que sean lanza y fiebre, que sean tu Némesis.

El diablo sabe...¿porqué?

Discutía ayer con un amigo cercano sobre política. El abuelo nos oía de lejos. Cuando le alcancé el mate nos miró con inteligencia y soltó: "A ver, ¿ustedes creen lo que ven en la tele o lo que leen en el diario? ¿Ustedes creen que alguno de todos estos dice una sola cosa que sea verdad? Todo esto es una obra de teatro, y hace 200 años pasa lo mismo. El problema no son ellos, somos nosotros". Seguimos hablando. De minas.

La culpa la tuvo el maní

Luego de la quinta cerveza que fenece frente a nostros, y ante las miradas furibundas de los parroquianos, mi amigo se levanta intespestivamente, me abraza, y a voz en cuello me declara su cariño incondicional. Superada la resaca, uno o dos días después nos encontramos nuevamente, esta vez frente a dos inofensivos pocillos de café. Llegamos a la siguiente conclusión: hemos comprobado que los "manises" son responsables de la mayoría de los actos vergonzantes que cometemos todos los que, normalmente, somos un modelo de discreción. Cada vez que un mozo me trae algun recipiente lleno de manises, desconfío: me quiere estafar cobrandome alguna cerveza de más. Ahora, si es una moza, entonces no: miro a ver si tiene cara de... cómo decir? Ojo con esa mesa, ojo con ese vaso, cuidado con ese maní.

Contubernio

Ayer aprendí una nueva palabra: contubernio. Llegás a la casa de tus amigos, los mirás con inteligencia, guiñás un ojo y les decis:"Este si que es un contubernio como dios manda, che". Tiene carácter, a que sí. (Nota: Por solicitud de los incondicionales, hacemos lugar al pedido de aclaraciones. Si el sentido de lo anterior no queda claro, mire aquí y aquí )