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Mostrando entradas de marzo, 2010

Seducción en la barra

Está sentada en la barra de un bar, bastante ebria, la mirada turbia, la voz pastosa. Él la acompaña. Se ha propuesto no dormir solo esta noche. “Cuando tenía veinte, ¡qué bonita era!, –dice ella con tono melancólico-. No había esquina en la que un taxista no me dijera un piropo. Aún los hombres que iban con sus esposas se daban vuelta a mirarme. Yo veía cómo ellas les tiraban del saco, o los pellizcaban, y me moría de risa. Todos los muchachos del barrio me invitaban a salir y mis amigas se morían de envidia. Pero ahora, vea. Mire estas patas de gallos, ¿ve? ¡Y estas manos! ¡Y aquí, mire el cuello, mire cómo lo tengo! Si me hubiera visto usted en aquel entonces, ah, ¡qué bonita era!”. Él comprende que es momento de decirle algo que la haga sentir bien. “Realmente creo que es mejor que no la haya conocido entonces, y sí ahora y que esté como está”, suelta. Ella lo mira y enarca las cejas. “¿Qué me quiere decir, señor?” “Sucede que, bueno, ante cualquier cosa demasiado bella, ante una m

Tiempos Modernos

Qué puedo hacer. Ya tiene dieciocho. Es bastante grande. Eso cree ella al menos. Lo que no termino de comprender es para qué lo trajo a casa. Él quiso hablar a solas conmigo en la cocina. Me dijo que la quería y que iba a velar por su bienestar. Estamos de acuerdo, yo también la quiero. Ahora, ¿qué necesidad de venir a mi casa? La trajo él en su auto. Reían. A mí no me causó ni un poco de gracia. Toda esta cuestión de las presentaciones sociales a mí me resbala. Pero qué hacer. Ella ya tiene dieciocho, y él es su padre.

Los culpables de siempre

La sala está llena. Todas las pruebas presentadas inculpan a la acusada. Su prontuario no ayuda. Cruza las manos, se las frota como si rezara. El abogado defensor está intranquilo, sabe que no está consiguiendo convencer al juez. Mira las caras alrededor. Nadie parece tomar en cuenta el aspecto devoto de su cliente. -“¿Usted lo mató?”, pregunta el fiscal. -“No”, dice ella, y sacude enérgicamente la cabeza. -“¿Y va a negar también que tuvo relaciones sexuales con él la misma noche en que desapareció?”, arremete el fiscal . -“Sí, es cierto, pero se marchó después, y ya no volví a verlo. Quizás haya estado con alguien más, no sería del todo imposible que…” -“Remítase a responder sólo lo que se le pregunta”, la interrumpe el juez. -“Se lo pregunto por última vez, ¿lo mató luego de tener relaciones con él?” -“Ya le dije que no, señor. Es que era demasiado joven, y bello. Tuve intención, es cierto. Pero cuando vi que era fuerte y hermoso, no pude. Y lo dejé ir” Con los ojos enturbiados,

Habitación 47

Clelia está tendida en una cama. Tiene el rostro pálido, muy pálido. Duerme. A sus pies, tres mujeres velan. Los rasgos de las tres tienen alguna semejanza, lo que hace pensar que son hermanas. Clelia se revuelve en la cama, se le escapa un pequeño quejido, dice alguna cosa incomprensible. Abre los ojos. Mira a las tres figuras a sus pies. No las reconoce. Cree que delira y, por temor a hacer el ridículo, no dice nada. Las observa un buen rato. Ahora Clelia se acomoda en la cama, coloca la almohada como respaldo de modo que casi queda sentada mirando de frente a las tres. Por fin dice con una voz marchita: “¡Qué bonito eso que hacen!”. La primera de las tres mujeres levanta la vista. Acciona un curioso dispositivo, una rueca. Llama la atención ver algo como eso en cualquier parte, pero más aún en un hospital. Hábilmente mueve sus manos, toma pequeños copos de lana virgen, los desarma en pequeñas fibras y luego, en la rueca, las convierte en un fino cordel. Sin dejar de hilar, le devuel

Derrota eQuestre

Su padre, que había sido también su maestro, se lo advirtió. “Sobre todo, tené cuidado con los caballos, con esos movimientos ladinos que poseen, podés terminar dañado: un salto y te dejan en la lona”. Por eso siempre tomaba precauciones. Debía vigilar los caballos, controlarlos, neutralizarlos a como diera lugar. Pero se distrajo. Confió demasiado en su suerte. Cometió el peor error que se puede cometer: subestimó a su contrincante. Y cayó en una celada. Todo por ese maldito caballo. Sólo podría salvarse si... Su adversario toma la pieza, mueve. “Jaque mate en tres, si no me equivoco”, dice con tono que no oculta el sarcasmo. Él, que lo sabe desde antes, inclina su Rey, y se levanta.

Liberación

Cada ataque manifestaba síntomas similares: transpiraba copiosamente, sudor helado; se movía de forma compulsiva de un lado a otro, como se mueven los tigres encerrados en jaulas; jadeaba furiosamente como si acabara de correr una distancia larga; temblaba, sacudida por espasmos trepidantes. Podía tener varios de estos síntomas a la vez, pero cuando no caía desvanecida en un desmayo, el final era siempre el mismo: pánico, terror, gritos desesperados. Llegó a arrancarse mechones de cabello, arañarse la cara e intentó saltar desde una ventana en un cuarto piso. Le diagnosticaron claustrofobia. Fue a un psicólogo, le dieron medicación, intentó con terapias alternativas. Nada parecía traerle alivio duradero. Martín, su pareja desde hacía varios años, hacía lo imposible porque Alejandra se sintiera bien. Cada vez que los ataques comenzaban a hacerse frecuentes en la casa donde estuvieran, alquilaba otra más grande. Cuando no hubo departamento que la pudiera contener, buscó una casa con ja

Estación Terminal

El hijo mayor viajó a Buenos Aires para hacer la conscripción. Cuando salió buscó trabajo, se casó y se quedó a vivir en la ciudad. El segundo, que siempre tuvo en la cabeza una bandada de teros, colgó su guitarra al hombro y se fue de gira con un grupito de folklore. No volvió nunca más. La hija, la menor y única, se enamoró de un viajante que se la llevó a vivir a Santa Fe. A todos sus hijos se los llevó el tren. Y a su esposa, la última en irse, allá por el ’92, cuando al mítico “Estrella del Norte” le quedaba todavía un año de vida. A su mujer le quedaba menos. Antes de subir al tren, ella le pidió que pasara lo que pasara, no abandonase su puesto como Jefe de Estación. Era hombre de palabra y respetó su voluntad. Ella falleció en el quirófano, mientras la operaban del corazón en la Capital. Por las tardes sale a caminar por el pueblo en compañía de su perro. Las calles están casi siempre desiertas. El bar, otrora rebosante de turistas que se quedaban a hacer noche allí, viajante

Flores de lis

En la vaina se ven dos serpientes que ascienden enroscadas. En el centro, un escudo frigio que dos manos sostienen. Ambos bordes con ribetes en forma de greca. Todo trabajado en finísima plata, trabajo de un artesano de tierra adentro. La hoja del facón tiene grabadas dos flores de lis.    Se contaban muchas historias sobre el facón y su dueño. De él se decía que había venido buscando vengar una ofensa; que era fugitivo y que debía a la ley alguna muerte. Del cuchillo, que había sido traído de Europa, que tenía un grabado extraño en la hoja, un signo antiguo de los condenados; pero nadie había visto el arma fuera de la vaina. Tan errados no estaban. El correntino cometió el error de volver por la pulpería. Andaba necesitado de dinero y vino a vender unos cueros. Si hubo conjura o no, no se sabe. Lo cierto es que nadie le avisó nada. Cuando tiró el montón de cueros sobre el mostrador, oyó un grito, y la sangre se le puso espesa: -“¡Correntino!” El correntino apenas tuvo tiempo de b

Riachuelo

Le habían recomendado no dejar de visitar el barrio de San Telmo, la plaza Dorrego y la calle Caminito, en La Boca. Era martes, no había casi nadie en la calle. Un amigo le había prestado un departamento en la calle Las Heras, cerca del parque. Caminó una cuadra y esperó que llegara el colectivo 64. Se bajó después de pasar el viejo puente Avellaneda. Anduvo un rato sin apuro por la rambla. Vio un grupo de gente con cámaras fotográficas y lentes para sol. “Turistas, como yo”, pensó. Aminoró el paso. “La verdad no sé qué le ven de lindo a todo esto”, decía una señora, mientras fruncía la nariz enérgicamente. “Fijate, agua podrida, botellas, basura. Quién sabe qué enfermedad se puede pescar una respirando este aire. Mejor, vamos”. Esperó a que se alejaran las señoras. Abrió el bolso en que traía su cámara y eligió un teleobjetivo. Tomó fotos de de la Rambla, de los boteros que cruzaban a los turistas a la isla Maciel, al Viejo Puente Avellaneda, a los cascos de los barcos encalla

Filantropía

En un lujoso hotel céntrico se realizó el VI Congreso Internacional sobre Niñez y Adolescencia. Asistieron políticos, empresarios, periodistas e importantes personalidades de los ámbitos más variados. El temario de los disertantes abarcó la necesidad de asegurar contención social, educación y bienestar a cada niño del país. Se habló mucho acerca de planes de alfabetización, la eliminación del trabajo infantil y la violencia familiar de la que muchos niños son víctima. Se leyeron ensayos de prestigiosos sociólogos de fama mundial. Se habló del futuro, que debe ser construido sobre una niñez y adolescencia sanas y con respeto absoluto por los derechos universales del menor. Finalizado el encuentro, los participantes del Congreso fueron saliendo. Era una noche tibia y agradable, así que se vio a muchos dirigirse restoranes, casinos y teatros que la ciudad ofrecía a manos llenas. A pocas cuadras del hotel donde hasta hace minutos se habló de proteger la niñez, un grupo niños de no más

Manera correcta de interpretar una imagen

Tiene diez años y es un chico inteligente. Lo que logra con su inteligencia, sin embargo, muchas veces deja boquiabiertos a sus mayores. La madre de Ramiro es docente. Se podrá pensar que esta circunstancia resulta en ventaja, que su amante madre ayudará al pequeño a salir airoso en la lid escolar. Quien piense así, seguramente no ha tenido una madre que pertenezca al gremio docente. Hoy Ramiro ha traído de la escuela tareas para realizar en casa. La tarea consiste en escribir una narración dejándose llevar por lo que le pueda sugerir una imagen que la maestra entregó al alumnado. La imagen tiene una composición más bien simple: un prado herboso, un hombre con apariencia de leñador, algunas herramientas de campo y de fondo, una tupida arboleda. Ramiro termina la tarea y llama a su mamá. “Ya está, ma”, dice, y sonríe con aire triunfal. Cree que ha escrito un texto bonito y que esto llenará de alegría a su madre. Un momento más y tendrá permiso para salir a jugar con los demás chic

Reflejos

Cuenta Ovidio que Narciso poseía una gran belleza. Tanto así, que todas las chicas del barrio morían por él. Algunas, literalmente, como la ninfa Eco. Pero Narciso las rechazaba a todas, ninguna le caía en gracia. Según el poeta, Némesis, la diosa Venganza, castigó al insensible. Narciso siente sed, se inclina a beber en un arroyito, y ve su imagen reflejada en el agua. Inmediatamente se enamora. Pero Narciso fracasa en la seducción de la imagen de Narciso. Por fin, muere contemplando su imagen, y su cuerpo se convierte en flor. Esa es la versión de Ovidio. Sucede que al poeta le gustaban los finales dramáticos. Lo cierto es que hubo una mujer que sí consiguió enamorar al fundador del narcisismo. Por lo demás, era natural: era una gitana morena; sus ojos los más bellos en varias leguas a la redonda. Narciso la vio, y murió de amor. Los ojos de la morocha eran perfectos espejos.

Amor a prueba de almanaques

Estaba enamorado de ella hasta los huesos. Conocía cada rasgo de su rostro, sus horarios, las cosas que le gustaban, las que no, su color preferido, el perfume que usaba los domingos. Sin embargo, era demasiado tímido. Siempre ensimismado, vio transcurrir treinta años sin poder confesarle su amor. Treinta años: la juventud, la universidad, ella se casó, tuvo dos hijos. Hoy es su funeral. La mira enternecido. Ausculta su corazón y sabe que lo que siente por ella es inmutable. Se decide. Hoy le confesará su amor incondicional. Después de todo, sabe bien que en este cementerio no hay fantasma que tenga la pinta de él.

Doble Click

Después de mucha vacilación, decide crear un blog. En una suerte de plan antropológico, lee en la Web a fin de comprender la dinámica de la blogósfera. Hecho esto, pone manos a la obra. Publica al menos un post diario, se cuida de que tenga ritmo, que sea llamativo, con un toque de humor, pero sin olvidarse de dejar al menos un idea, algo en qué pensar. Pasan varios meses. Nadie comenta sus publicaciones, nadie le envía mails, no tiene un solo seguidor. NADA. Lee sobre marketing digital orientado a bloggers. Pide consejos, se los dan. Entonces peregrina la red comentando blogs que tratan sobre literatura, música, moda, política, arte, gastronomía, viajes, sobre cómo hacer bonsáis, sobre corte y confección, peluquería y ortodoncia. Llega incluso a comentar en un blog de cierto hombre que dice ser la reencarnación del poeta Homero. Seis meses. NADA. Desespera. Se deprime. No encuentra sentido a seguir escribiendo. Sus amigos de Facebook le dicen que lo leen, pero no se toman la mol

Sorprendeme

“Estoy embarazada”, dijo su novia. Primero, se quedó sin habla. Luego, se enojó con ella. Cuando estuvo más tranquilo, pensó: “Bueno, después de todo, dicen que un bebé es una bendición de dios”. Abrazó a su novia y la llenó de besos. Tercer mes. -Estoy embarazada... pero... -¿Qué? -Son trillizos. Se desmayó. Cuando se despertó se hizo ateo. (Para mi amigo, Hernán)

Amor de principiante

Ella está sentada sola, tiene una pequeña cartera sobre la falda y enormes antejos de sol le cubren los ojos;  hojea una revista. Él viene caminando distraído, las manos en los bolsillos. Silba, mal, una canción que acaba de inventar. La ve, se detiene, le parece muy bonita. Le dice, "hola". Ella apenas levanta la mirada, lo ignora. Él la sigue mirando. "¿Como te llamás?", insiste. Con el dedo índice ella baja sus anteojos, frunce un poco los labios, lo mira sin mover un músculo. No dice nada. Se sube nuevamente los anteojos, mira hacia otra parte. Él camina tres pasos, se adelanta hacia donde ella mira. Se agacha, toma unos guijarros del suelo, se los arroja. Ella grita, sale corriendo. El niño sonríe mientras ve que la niña llora junto a su madre. Amor de cachorro.

Deseo cumplido

Sobre los motivos, para qué hablar. Lo cierto es que hubo discusiones, se especuló sobre si era conveniente hacerlo o no. Ya se sabe: no importa cuáles sean las razones en tanto que sean convincentes. Así fue como la locura tomó el mando. Entonces los hombres se pusieron en marcha, invocaron al efrit, lo dejaron libre. Es mentira que haya genios malignos, el genio embotellado no tiene moral, concede para bien, o para mal, le es indiferente. Los hombres le solicitaron sólo dos deseos. El efrit se los concedió y supo que sería lo más aterrador que jamás se viera. Little Boy, se llamó el primero. Fat man, el segundo. El primero, devastó Hiroshima. El segundo, Nagasaki. El genio volvió a su morada, luego de cumplir su misión. Allí aguarda aún la llamada de algún hombre que se atreva a invocarlo. Aunque esté prohibido, algunos desearían verlo libre.

Cartas de un asesino insignificante - José Carlos Somoza

Estimada señorita: Voy a matarla y usted lo sabe, así que me asombra su silencio. La flor del almendro ya destella de blancura en las ramas, pero no advierto la flor de sus cartas en el muro. Eso no es lo convenido. Yo me tomo en serio mi papel de verdugo: haga lo mismo con el suyo de víctima. Le sugiero, por ejemplo, que se vuelva romántica. He aquí algunos ejercicios. Ejercicios románticos a) Aproveche la geofísica de Roquedal. El viento tiene fuerza en los pueblos costeros: escuche atentamente su silbido cuando azota las ventanas de su casa. Pensará: «No puede ser. No es el viento. Es el horror». b) El mar y la soledad. Camine sola hacia la playa a horas inusuales, idealmente el crepúsculo, y diríjase al espigón. Acceda a salpicarse con los rociones de espuma. Contemple la poderosa túnica azul oscura y la guadaña blanca de las olas. Y hágase nuevas preguntas: «¿Qué significa esta gélida mortaja? ¿Cómo es posible que esto sea "el mar"? ¿Cómo he podido pensar alguna vez

Las manos del artesano

El abuelo Anselmo era músico. Muchos de sus amigos lo venían a buscar para que tocara con ellos en las fiestas patronales de los distintos pueblitos santiagueños. Fue artista revelación en el festival Cosquín del '58, lo que le valió fama entre sus colegas. Sin embargo, cuando uno le preguntaba qué era lo que más le gustaba hacer, el abuelo decía sin dudar: "Trabajar la madera, construir instrumentos. Eso es darle cuerpo y vida a la música, es como tener hijos, un acto de amor". El abuelo Anselmo era músico, pero por sobre todo era un artesano exquisito. De todas partes del mundo le pedían sus primorosos violines, guitarras, bombos legüeros y charangos. Cada uno de ellos era tan único como las manos que lo habían construido. Fue mi abuelo quien hizo especialmente para mí la que sería mi única guitarra. Me la regaló cuando cumplí diez años. “En este instrumento te regalo todo lo que soy, y todo lo que sé hacer. Cada vez que toques alguna música en esta guitarra, vas a esc

Furibundo Chop Suey

Ese maldito perro. Ahí está de nuevo. Parece que me oliera, no sé. O quizás escucha que arrastro los pies, o el “tac – tac” que hace mi bastón cuando voy por la vereda. Animal del demonio. Si tuviera veinte años menos acá mismo me paro y lo reviento a patadas. Es la cuarta vez que me muerde. Y esa estúpida mujer que lo deja suelto. Ni siquiera consigo asustarlo ya. Le grito, le tiro piedras y el muy miserable se me viene encima. Si fuera joven no me hubiese alcanzado. Si hubo alguien que corriera rápido, ese era yo. Pero ahora… Bicho de porquería, me dejó sin aire. Pero ya no más. Ya no me vas a volver a morder, perro de mierda. Esa noche don Julián preparaba una especie de chop suey. Se sentó, luego de llenar una copa de vino y servirse un plato rebosante. Sonreía con malicia.  “La venganza es un plato que se sirve frío", dijo en voz alta, mientras se llevaba a la boca el primer bocado.

Mensajes anudados

Mi abuela materna descendía de un Khipu Kamayuq, gran sabio del imperio inca, y de él heredó el conocimiento del ancestral lenguaje de los nudos. El quipu, o khipu, era un sistema mnemotécnico basado en cuerdas de colores en las que se hacían nudos. Se usaba también como forma de escritura, para transmitir mensajes cifrados. Mi abuela me enseñó el misterioso lenguaje del khipu. Yo, por mi parte , inicié a una novia en el arte de hacer nudos khipu. Cierto día, para ver cuánto había aprendido, le envié por correo un khipu pidiéndole que se casara conmigo. Ella lloró desconsoladamente. Es natural: confundió los nudos, y leyó "Ya no te quiero más" Por eso ahora, cuando voy a la plaza de los artesanos los días de feria para vender mensajes anudados, nunca olvido colocar debajo de cada uno la traducción en español. Y por si acaso, en dos o tres idiomas más.

Rex Nemorensis

Junto al lago de Nemi, en lo que es la actual provincia de Lazio en Italia, había un bosquecillo sagrado y en él, un templo consagrado a Diana Nemorensis, Diana del Bosque. Según relata James Georges Frazer, un hombre vigilaba día y noche delante de cierto árbol. El hombre no era otro que el Rey del Bosque. La continua vigilia no era vana: sabía que cualquiera que tomara una rama del árbol sagrado, tendría el derecho a desafiarlo en combate, y si lo vencía, sería el nuevo Rey. Un hombre más joven, más fuerte, o más hábil asesinaba al Rey, y lo sucedía, y se convertía en ese momento en el que esperaba la muerte. Un hombre mata a otro, y es rey, hasta que llega otro y lo mata. Quizás esto no sea tan distinto de lo que sucede en el amor. Un hombre sucede a otro en el corazón de una mujer por una especie de asesinato, lo sustituye brutalmente y empieza a reinar en él, sabiendo que, más tarde o más temprano alguien intentará asesinarlo, y quizás alguien lo matará. Mientras el amor existe,

Elogio de la ociosidad - Bertrand Russell

La idea de que el pobre deba disponer de tiempo libre siempre ha sido escandalosa para los ricos. En Inglaterra, a principios del siglo XIX, la jornada normal de trabajo de un hombre era de quince horas; los niños hacían la misma jornada algunas veces, y, por lo general, trabajrán doce horas al día. Cuando los entrometidos apuntaron que quizá tal cantidad de horas fuese excesiva, les dijeron que el trabajo aleja a los adultos de la bebida y a los niños del mal. Cuando yo era niño, poco después de que los trabajadores urbanos hubieran adquirido el voto, fueron establecidas por ley ciertas fiestas públicas, con gran indignación de las clases altas. Recuerdo haber oído a una anciana duquesa decir: "¿Para qué quieren las fiestas los pobres? Deberían trabajar". Hoy, las gentes son menos francas, pero el sentimiento persiste, y es la fuente de gran parte de nuestra confusión económica. Si el asalariado Ordinario trabajase cuatro horas al día, alcanzaría para todos y no habría paro

Oráculos

En la plaza Miserere hay una gitana que lee las manos. Una mujer se acerca y se sienta en el banquito que la gitana tiene para sus clientes. Lee en las lineas de la mano de la mujer. Dice: "Tus hijos no pasarán hambre, mujer. Crecerán saludables y serán gente de trabajo" Y algo de razón tiene. La mujer se levanta y camina unas cuadras hasta una zona donde hay varias casas de comida rápida. Se detiene en una esquina y hace gestos con los brazos. Dos niños regordetes traen una bolsa con hamburguesas de Mc'Donalds. Se las dan a su madre. Con tono cariñoso, ella dice: "¿Ustedes ya comieron?" "Si, esta vez estaba la chica buena, nos dejó que saquemos estas hamburguesas del tacho y no nos echó".

Un casi niño, una completa noche.

Me dolés en la boca, me dolés en las manos, me dolés en los ojos, en el pecho me dolés. Meto la mano en el fuego, mi boca reseca sucumbe, rendida de hielo. Y eso parece la muerte Erte, erte. Amor es erte hoy Solo, en idioteces vanas. Para respuesta, el gran enigma. Me dolés, me dolés en el alma. En el cuerpo me dolés. Si hay un alma o un cuerpo. Que termine mañana, eterno dolor. Que termine hoy.

Una flor de nomeolvides - Milan Kundera

“Se dijo: cuando el asalto de la fealdad se vuelva completamente insoportable, compraré en la floristería un nomeolvides, un único nomeolvides, ese delgado tallo con una florecita azul en miniatura, saldré con él a la calle y lo sostendré delante de la cara con la vista fija en él para no ver más que ese único hermoso punto azul, para verlo como lo último que quiero conservar para mí y para mis ojos de un mundo que he dejado de querer. Iré así por las calles de París, la gente comenzará pronto a conocerme, los niños irán corriendo pronto tras de mí, se reirán de mí, me tirarán cosas y todo París me llamará: La loca del nomeolvides” (Milan Kundera, La inmortalidad )

Antinomias.

Y bien sé que hubiera podido escribir un relato atiborrado de vejámenes e insultos, con escenas cargadas de violentas palabras, una invención tan símil de todo esto que en pocas horas o días se hizo cieno y borrasca. La sangre se espesa, el cuerpo, el alma se agobian. La ligadura de cordones umbilicales infinitamente encadenados. Todos esos rostros que se parecen tanto a mí, todos son ningún yo, son un anti mí. Anti no mi a. Y una palabra viene a ocupar el espacio de lo que no se acumulará en cientos. Hartazgo. La suma del cansancio que no tengo ganas de escarbar. Hartazgo. Vulgaridad del rito, prejuicio estúpido, vena abierta expulsando linfa negra. Hartazgo.

Metamorfosis

¿Cuánto de carbón sobrevive en un diamante? ¿Qué fue de la oscura savia que la matriz del mundo le imprimió en su seno? Y ese fulgor con que gobierna cualquier mirada, ¿de dónde vino? ¿Qué parte de oruga persiste en la crisálida? Y más, ¿cuánto de ambas perdura en la mariposa final? Por fin, ¿quiénes son esos dos que nos miran desde una distancia imposible y que supimos nombrar nosotros? No sos vos, no soy yo. El diamante se ha hecho polvo y esa mariposa yace en tierra con las alas rotas. Ya no somos, amor.

Era bella la cabellera del caballero. Era.

Cuando en las tardes Ernesto paseaba por el parque, cuando en las mañanas corría con pasos ágiles las veredas adormiladas, cuando en las noches su motocicleta azabache lo transportaba por las calles céntricas, todas las mujeres, aún las señoras ya maduras, todas, en fin, sin excepción, se daban vuelta a mirar a Ernesto. Él sabía porqué en ellas despertaba el deseo: tenía la cabellera más hermosa que se viera en toda la ciudad. Y su cabellera derramaba sobre él esa impronta irreprimible que despierta cualquier obsequio de carácter divino. Envidia de modelos de revistas, codicia de bailarinas de flamenco, anhelo de cuanta hija de vecino lo viera pasar, la cabellera ensortijada era objeto de cuidados infinitos. Ernesto se sabía bendecido por la fortuna, y como cualquiera que recibe una gracia de tal calibre, era por completo indiferente a cualquier manifestación de sus adoratrices. Aún cuando él mismo excitara la ya dispuesta libido de las féminas, por ejemplo, cuando se paraba sin objeto

Cursilerías que quieren dejar de ser.

Pucha que sos difícil de arrancar, piba. Mirá que hago todo lo que puedo por llenar los cuadritos de la agenda con impostergables del tipo “pagar la luz y el gas”, “visitar al dentista”, “cumpleaños del amigo tal”, “llamar por teléfono al banco”, “llevar el auto al taller”, “ir al estreno del cine”, “no olvidar, hoy teatro”. Por más que me ocupe en sacar el sempiterno polvo de los libros, zurcir medias, cortar el pasto del jardín, cambiar el cuerito de la canilla, barrer la vereda, la propia y la del vecino. No importa que trabaje como un alemán alienado que se empeña con precisión suiza en no dilapidar como un norteamericano el tiempo que antes le sobraba como a un argentino. Ni así, piba. Cuando comienzo a creer que por fin pensar no va a ser sinónimo de pensar-te y mirar con nostalgia el banco de la plaza donde vos me esperabas a la salida del conservatorio, y sentarme en la mesa de un bar duplicando un encuentro con vos en un tiempo que ahora parece imposible, y mirar hacia atrá

La ceguera. Epístola para quien se queda

Recuerdo que era oscuro pero brillante, seguramente difícil de quitar (¿de dónde?), algo así como una brea espesa y pegajosa. Entonces otro recuerdo: un niño, cowboys, malos, buenos, castigos, cosas que nunca pasan. Recuerdo sólo que era oscuro y difícil de traspasar, recuerdo el sopor, los párpados dejándose vencer por el peso de la desidia, la tristeza corrosiva irrumpiendo, haciendo trepidar la epidermis, pulverizando cuanto vestigio osara levantarse en su contra. Entonces se me terminan las palabras, no sé si hablo de un pantano de la niñez o de un escenario contemporáneo. De todas formas mis habitantes se niegan a juntarse, a jugar a ser Uno, a regalarme una palabra para un amigo, una madre, el vecino de enfrente o un funcionario público. Qué hacer. Será un capricho mamado de la tierra infértil que las quiere seguir atesorando. Así es que he perdido todas las luces que me quedaban, me he sumido en la ceguera más estúpida y tengo ya varios moretones, pero nada de palabras. Sabrá

Utopías

Hay canciones que se enlazan a momentos especiales de la vida, que recuerdan la infancia, que tienen ecos de adolescencia. Hay canciones que nos hablan de personas en pasado, en presente, en gerundio. Hay música que funciona como un fijador de colores en un cuadro, como un barniz que resalta matices y preserva un recuerdo del efecto del tiempo. Hay melodías que nos hacen reír de solo oírlas. Hay música que nos emociona hasta las lágrimas. Hay canciones que nos sacuden el cuerpo. Hay canciones que nos sacuden el alma, que tienen poesía por duplicado, que tienen esa rara cualidad de condensar un pensamiento con sonidos y generar un microuniverso que cabe en cinco minutos.  E sta canción se ha quedado conmigo porque es una de estas últimas. No sólo porque me guste. No sólo porque me recuerde un verano, una mujer, un sitio especial. Se ha quedado en mí porque me ha ofrecido un ideal en un momento en que tener ideales es una cuestión pasada de moda. Una canción que me sacudió las entrañas

Imasumac, la más hermosa

Llegó al Cuzco llamado por su tío, don Diego Maldonado, aquel que había participado en la captura del Inca Atahualpa, y que recibiera una tercera parte del rescate que el Inca había prometido a cambio de su vida: dos habitaciones con plata y una con oro " hasta la altura donde alcanzara una mano". No era casual que a su tío le llamaran “El Rico”. Cuando el capitán Francisco Hernández Girón se rebeló contra la Corona española y puso en jaque a la Real Audiencia de Lima, Juan Maldonado y Buendía demostró la madera de la que estaba hecho. Si hubo victoria, fue en buena parte por los hechos de armas del joven Capitán, que le valieron reconocimiento entre las tropas leales a Carlos V de España. Pacificado el Perú, Juan Maldonado se retiró a sus propiedades en el Cuzco.   Ñusta era la palabra quichua que se usaba para decir “princesa” entre los incas. Si venció con armas y coraje a los rebeldes a la Corona, el Capitán sucumbió a redes sutiles en los ojos de una ñusta joven, Imas