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Noticias a la siesta

" Soy hombre de tierra adentro", sabía decir don Argentino. En esas palabras estaba nombrando su pueblo, el mate siempre aprontado, la mecedora que acunaba su siesta, su radio a transistores, siempre embutida en el bolsillo de la camisa. Cuando contaba 92 años su salud cayó en picada. Pese a su protesta tuvo que aceptar venir a vivir en nuestra casa. Con él se trajo esas cosas que lo acercaban a su tierra. Lo demás lo trajo adentro. Como era un hombre coherente, se fue en mitad de su última siesta, meciéndose en paz. En su radio portátil tal vez pasaban las noticias.  La radio de mi abuelo Argentino todavía cuenta historias. 

Voluntad de creer

La ventaja que tienen los que aún creen, es que cuentan con una puerta de claridad abierta hacia lo posible: el posible amor, la posible compañía, la posible razón oculta detrás de tanto sinsentido. Aún cuando al presente sólo se lo pueda nombrar con aridez, lo posible trasunta el cúmulo de deseos irrenunciables.

Actos de fe y devoción

Existe cierta tribu de nativos que adoran a sus dioses en forma de tótems. Si hay sequía, por ejemplo, ellos ofrecen dádivas, rezan oraciones, hacen promesas. Si el dios persiste en no escucharlos y la sequía continua, entonces expulsan de su templo al dios y lo apedrean, lo arrastran por las calles, lo blasfeman. A veces, luego de algún tiempo de sufrir maltratos, llueve. Nadie sabe si llueve porque el dios ha decidido dar brazo a torcer, o llueve sólo porque tenía que llover. (Este es un clásico ejemplo de plagio y auto-plagio. Todo en uno)

Puentes

No deja de ser un poco extraño, es cierto, pero qué hacer. Siguiendo una idea de Sábato, hay cosas que sencillamente suceden. Y menos mal que es así y que uno no tiene que andar tras los acontecimientos para que se decidan a ser tal o cuál día, de ésta o de aquella manera. Y qué molesto sería, y qué aburrido y qué huérfano de intrigas y curiosidades, aunque también de desengaños, hay que decirlo. Tal vez por esto recordé Las ciudades Invisibles de Calvino, y ese relato en que en una ciudad los habitantes se cruzan, e imaginan historias los unos sobre los otros, y hay algo que corre entre ellos y los entreteje, pero nadie saluda a nadie, ninguno dice una palabra, y una vibración lujuriosa mueve continuamente el carrusel de unas fantasías que no se agotan de deseo de ser, sin ser nunca. Y pensé en lo incierto de cualquier probabilidad de encontrar un semejante allí, allí y en cualquier lugar me dirá alguien, y tal vez sea valedera la objeción. Pero lo cierto es que a veces, por mas extr