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CONCIERTO PARA QUINTETO

CONCIERTO PARA QUINTETO Salís con el vestido azul con lentejuelas, sin breteles, el cabello azabache recogido en un rodete bien estirado y guantes de raso haciendo juego.  Un foco frío te ilumina y les da a tus hombros y pómulos la textura lisa de la porcelana. Te habías pintado la boca carmesí y tenías un falso lunar dibujado sobre la comisura izquierda. La foto había quedado muy bien y fue la que eligieron para la promoción de la gira cubana. En esta otra se ve más del escenario y el decorado. Era horrible. Lo había hecho una de las pibas del Nacional que colaboraba con el grupo de baile, pero la pobre tenía más voluntad que oficio. —Lo de Hansen en la versión de Laura parecía más una muestra impresionista que un puterío con los mejores bailes de Buenos Aires. Tenías razón. Esos paneles corredizos con manchas de colores no encajaban por ninguna parte. Menos mal que la voz en off ayudaba a imaginar los cuadros. En la escena del burdel te tocaba

La taza de té

Había estado de juerga toda la noche y tuvo que levantarse temprano para tomar el tren. Sentía dolores de cabeza y náuseas. El viaje se hacía monótono. El repiqueteo de las ruedas del tren le taladraba los oídos. Salió del camarote en el que viajaba y fue al vagón comedor. Habló con un dependiente que le facilitó un sobre de sales y un vaso de agua. A la salida de la estación Alemania tomó un colectivo destartalado que lo dejaría en Cafayate, luego de tres horas de sacudidas a través de la Quebrada de las Conchas. Empezaba a anochecer cuando Arturo entró en la farmacia. El viejo Quispe estaba detrás del mostrador como siempre, la cabeza gacha, la mirada fija en un viejo tomo. —Estoy que me muero, Profesor, se me parte la cabeza y no pude comer nada en todo el día. —Calavera no chilla, galán. El viejo Quispe miró a Arturo con mal fingida rudeza y ambos se palmearon los hombros mientras reían. Se pasaron las novedades. —Murió Don Aguilar, ¿te enteraste? Lo enterraron h

Ceniza

El  Calbuco entró en erupción la tarde del 30 de abril de 2015 . Durante los días previos habíamos visto columnas de humo blanco ascender desde la montaña y nos había parecido una doble señal, como esas otras que ambos percibimos durante la semana del viaje a los lagos. Volvíamos a Bariloche en auto luego de hacer algunas compras en Pucón. Alejandra venía malhumorada. Unos kilómetros atrás yo le había pedido que cebara mate. En una curva un tanto cerrada tuve que maniobrar para esquivar una piedra suelta y la camioneta se sacudió más de la cuenta. Alejandra me insultó por mi manejo brusco, por mi necesidad absurda de tomar mate cuando viajo, por la idea de este viaje, planificado en la fecha de nuestro quinto aniversario.  Me puteó con la calentura del agua a ochenta y cuatro grados, como a vos te gusta, cayéndole sobre la mano mientras yo enderezaba el auto. Recordaría luego esa curva y sobre todo la roca enorme, que se me aparecería como un rostro, deforme, la mano enrojecida de

Con el pan bajo el brazo

Vivimos en el barrio Las Flores, partido de Moreno, en una casilla de madera prefabricada. La pared que separa mi cama de la pieza mis padres es bastante fina y anoche escuché que mamá lloraba. —El bebé va a llegar con un pan bajo el brazo, ya vas a ver. Esta semana seguro que consigo algún trabajo, dijo papá y mamá no lloró más. Papá se fue temprano a buscar trabajo. Yo fui al colegio y a la vuelta mamá me pidió que vaya comprar algunas cosas. No me dio dinero, sólo la libreta roja del fiado. Me encargó que me fije en que el Tano no anote cosas de más. El mercadito del Tano queda al fondo del barrio, como a diez cuadras desde nuestra casa, al lado están la farmacia y la verdulería, además hay un par de locales de ropa y zapatillas y una juguetería. Del otro lado de la calle está mi colegio y el campito donde jugamos a la pelota. En el mercado no había mucha gente. Doña Ester, la vecina de enfrente de casa, estaba en la fila de la caja, delante de mí. —Dicen que vienen