Puentes

No deja de ser un poco extraño, es cierto, pero qué hacer. Siguiendo una idea de Sábato, hay cosas que sencillamente suceden. Y menos mal que es así y que uno no tiene que andar tras los acontecimientos para que se decidan a ser tal o cuál día, de ésta o de aquella manera. Y qué molesto sería, y qué aburrido y qué huérfano de intrigas y curiosidades, aunque también de desengaños, hay que decirlo. Tal vez por esto recordé Las ciudades Invisibles de Calvino, y ese relato en que en una ciudad los habitantes se cruzan, e imaginan historias los unos sobre los otros, y hay algo que corre entre ellos y los entreteje, pero nadie saluda a nadie, ninguno dice una palabra, y una vibración lujuriosa mueve continuamente el carrusel de unas fantasías que no se agotan de deseo de ser, sin ser nunca. Y pensé en lo incierto de cualquier probabilidad de encontrar un semejante allí, allí y en cualquier lugar me dirá alguien, y tal vez sea valedera la objeción. Pero lo cierto es que a veces, por mas extraño e improbable que parezca uno tiene la sensación de estar frente un paisaje conocido, o extraño pero conocido, o sencillamente confortable y eso basta para intentar tender un puente, y a veces es el puente de Chinvat, y uno se siente un tanto a prueba y siempre hay riesgo de caída libre y fracturas de escafoides tarsiano derecho o izquierdo, que siempre es más doloroso. Lo que redime y veces salva es la completa ignorancia de cómo habrá de continuar lo que deba ser, como ha sido en estas líneas en que el influjo de Kerouac impuso una suerte de zapada desprovista de todo lirismo y pretensión de lucidez, con apenas intención, ahora casi explicita de invitarla a asomarse a su lado del puente y con un grito que otro contarme de qué va el mundo en ese lugar del universo.

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