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Los Hechos, Capítulo 20: 7-12

7 El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan, Pablo les enseñaba, habiendo de salir al día siguiente; y alargó el discurso hasta la medianoche. 8 Y había muchas lámparas en el aposento alto donde estaban reunidos; 9 y un joven llamado Eutico, que estaba sentado en la ventana, rendido de un sueño profundo, por cuanto Pablo disertaba largamente, vencido del sueño cayó del tercer piso abajo, y fue levantado muerto. 10 Entonces descendió Pablo y se echó sobre él, y abrazándole, dijo: No os alarméis, pues está vivo. 11 Después de haber subido, y partido el pan y comido, habló largamente hasta el alba; y así salió. 12 Y llevaron al joven vivo, y fueron grandemente consolados Lo que no registra el cronista son las palabras de Pablo a Eutico: "No te apurés, pibe, que dios espera".

Desasosiego

Voy a prescindir esta vez de un intento literario. Hace semanas que no consigo sentarme a escribir. No, no es que no tenga temas, que las musas anden de vacaciones. Sólo me sucede lo que a muchos, a la mayoría quizás. Literalmente no consigo tiempo para sentarme a escribir. Le robo tiempo al trabajo, privo a mi almohada de compañia en estas altas horas, deberían ver la cantidad de papelitos de tamaños, colores y orígenes disímiles en los que anoto frases, palabras, argumentos e improperios con alguna idea que quiere ser literaria. Allí están ahora, frente a mí, se van amontonando. No busco la excusa fácil, no le quito el cuerpo a los deberes, a los de fuera, los mundanos, tampoco a los anímicos, al íntimo motor que ahora mismo me retiene aquí soltando esto que parece una queja lastimera. Simplemente me sucede lo que a vos y él, hay días que son una batalla a muerte con la vida. Sucede que me siento hermanado con este hombre gris que padece y grita. Fernando Pessoa, El libro del

Las Ciudades Invisibles - Ítalo Calvino

LAS CIUDADES Y LOS INTERCAMBIOS. 2 En Cloe, gran ciudad, las personas que pasan por las calles no se conocen. Al verse imaginan mil cosas las unas de las otras, los encuentros que podrían ocurrir entre ellas, las conversaciones, las sorpresas, las caricias, los mordiscos. Pero nadie saluda a nadie, las miradas se cruzan un segundo y después huyen, husmean otras miradas, no se detienen. Pasa una muchacha que hace girar una sombrilla apoyada en su hombro, y también un poco la redondez de las caderas. Pasa una mujer vestida de negro que representa todos los años que tiene, con ojos inquietos bajo el velo y los labios trémulos. Pasa un gigante tatuado; un hombre joven con el pelo blanco; una enana; dos mellizas vestidas de coral. Algo corre entre ellos, un intercambio de miradas como líneas que unen una figura a la otra y dibujan flechas, estrellas, triángulos, hasta que todas las combinaciones en un instante se agotan, y otros personajes entran en escena: un ciego con un guepa

Reverencias

Por fin es primavera. Después de tantos días cubiertos de nubes hoy amaneció espléndido. Mi mal humor matutino suele durar un buen rato, pero esta mañana se esfumó ni bien traspuse el portal. Había sol, el aire estaba tibio y soplaba una brisa agradable. Imposible no interpretarlo como augurio favorable. Recogí del suelo el periódico y lo coloqué en el portafolios. Me gusta repasar las noticias en el bar mientras tomo un café antes de entrar a trabajar. Cerré la casa y caminé en dirección a mi automóvil. Esta es una zona muy tranquila, tanto que aún podemos prescindir del uso de rejas y sistemas de seguridad. En el verano estuve en Buenos Aires, en la casa de unos amigos que viven en un barrio privado. No conseguí sentirme cómodo. Fue una experiencia penosa: por una parte, una suerte de asfixia, una sensación similar a lo que imagino que sienten los que sufren claustrofobia, si es posible tal cosa en plena calle y al aire libre. Eso y la impresión de estar constantemente vigilado. C

Disculpe las molestias

El departamento Relaciones Públicas informa que en breve estaremos nuevamente en actividad. Pedimos disculpas por los posibles transtornos de ansiedad provocados por la falta de actualización de este blog. A la espera del pronto regreso, saludamos cordialmente a nuestros incondicionales lectores. El Griego

Undine - Abelardo Castillo

La sirenita viene a visitarme de vez en cuando. Me cuenta historias que cree inventar, sin saber que son recuerdos. Sé que es una sirena, aunque camina sobre dos piernas. Lo sé porque dentro de sus ojos hay un camino de dunas que conduce al mar. Ella no sabe que es una sirena, cosa que me divierte bastante. Cuando ella habla yo simulo escucharla con atención pero, al mínimo descuido, me voy por el camino de las dunas, entro en el agua y llego a un pueblo sumergido donde hay una casa, donde también está ella, sólo que con escamada cola de oro y una diadema de pequeñas flores marinas en el pelo. Sé que mucha gente se ha preguntado cuál es la edad real de las sirenas, si es lícito llamarlas monstruos, en qué lugar de su cuerpo termina la mujer y empieza el pez, cómo es eso de la cola. Sólo diré que las cosas no son exactamente como cuenta la tradición y que mis encuentros con la sirena, allá en el mar, no son del todo inocentes. La de acá, naturalmente, ignora todo esto. Me trata con res

Ficción en Sepia

Una de sus nietas le regaló para su cumpleaños el libro Purgatorio , de Tomás Eloy Martínez. El personaje principal de la novela, Emilia Dupuy, es una cartógrafa que ha padecido la pérdida de su esposo, con el que compartía además la misma profesión. Miguel Ángel Riera, lo mismo que la Emilia de Purgatorio , trabajó en otros tiempos dibujando mapas en el Instituto Geográfico Militar. Es domingo y el clima está espléndido, así que Miguel Ángel toma el libro y sale al patio trasero de la casa. Le gusta leer en su mecedora debajo de la parra grande, amparado por el bálsamo natural de la sombra cenicienta. El mate aprontado, la pipa cargada y el libro. La tarde no precisa nada más para ser completa. Lee: “Los mapas son copias imperfectas de la realidad, que describen en superficies planas lo que en verdad son volúmenes, cursos de agua en movimiento, montañas afectadas por la erosión y derrumbes. Los mapas son ficciones mal escritas”. Se detiene un momento, ceba el mate y acaricia la cab

La nervadura de las hojas

Una sala de reuniones. Una gran mesa oval. Dos personas. “Sabemos que usted es un excelente empleado y que ha dejado varios años de su vida en ese escritorio. Sus reportajes y crónicas han contribuido al reconocimiento de nuestra revista como referente en el medio cultural. Sin embargo, los cambios en las exigencias del mercado demandan una reorientación profunda de nuestra estructura y el tipo de contenidos que publiquemos de ahora en más -está diciendo el nuevo director editorial-. Nuestra editorial es una gran familia, y la Gerencia ha tomado nota del deber que tiene: vigilar los intereses de la mayoría y asumir como primordial responsabilidad velar por el bienestar común. Ese, y no otro, es el motivo por el que prescindiremos de sus servicios. Lo sentimos mucho”. Eugenio Alonso hace rato ha dejado de oír. Mira el movimiento de la boca del director y oye las palabras, pero su mente está por completo en otro lugar. De la mañana para la tarde ha pasado de redactor estable a desemplea

El pedestal de las estatuas - Antonio Gala

"Sé, como nadie, de qué está hecho el pedestal de las estatuas: de abusos, sangre, llanto y muertes, unos; de soberbia, desprecios y avidez, otros; de negación a la vida, los demás. Cuando la primera obligación de un ser vivo es vivir a toda costa, con todas sus fatales consecuencias, buenas o malas, y también con el Hermoso riesgo de la felicidad, tan pasajero y tan intransferible. Todo lo que se oponga a la vida, libre en su tránsito, efímera, iluminada o tenebrosa, todo eso será lo opuesto a lo bueno. A lo que Dios, si es que creó la vida, nos ordena. No conozco otra ética ni otra religión; no más teología que ésa... En estos papeles tengo que ser sincero: sólo para eso los escribo o los dicto. He estado demasiado cerca del poder, de cualquiera, como para creer en él. Lo he tenido; me ha manchado las manos; he hurgado en sus entrañas; me salpicó los vestidos más caros, que son los que debe uno ponerse cuando se va a hacer el daño verdadero... No creo en la generosidad del pod

Edén

Camina con los ojos entrecerrados mientras atraviesa una penumbra ciega. Avanza con paso seguro entre los altos anaqueles atiborrados de libros. Extiende una mano y con el dedo índice va rozando uno a uno el lomo convexo de cada libro. Se detiene. “ El alimento de los Dioses , H. G. Wells, pasillo C5, cuarto estante, 1905”, susurra entre dientes. Toma un libro y sigue su camino. Un poco más adelante un haz de claridad recorta el marco de una puerta. Entra al estudio y recién entonces puede ver que el libro que ha tomado es el que necesitaba. Sonríe. Hace mucho tiempo que conoce de memoria el orden de la mayoría de los tomos. Después de que el último visitante se hubo marchado, recorre las mesas de lectura, recoge los libros que han quedado abandonados indolentemente y, como una madre que acuna a sus hijos, los coloca en sus respectivos estantes. Es extremadamente minucioso en su trabajo y no tolera que uno solo de sus libros esté fuera de lugar. Tres décadas hace que es titular de la

Después de Fin

Alguna razón tienen los que nos acusan de que cuando precipitamos los acontecimientos fatalmente buscamos no complicarnos demasiado la vida. Quizás es un manera más fácil de hacer el trabajo y así evitar las dificultades que provocaría intentar otros caminos. Yo creo que nos hemos enviciado. Es que uno se siente un poco divino provocándoles la muerte, haciendo que tiemblen y sucumban en esa última imagen, que se espanten ante lo inevitable del desenlace. Entonces todo nuestro ingenio se pone en movimiento para que esas muertes completen un catálogo: que parezcan un accidente o que salten de un décimo piso, que caigan debajo de un tren empujados por una mano anónima. Entonces, satisfechos, los dejamos ahí, tendidos e inertes. Están también las muertes fantásticas, las que dan lugar a especulaciones de lo más inesperadas o bizarras: esas son la moda en nuestra profesión. Nos critican, y algo de razón tienen. Quizás fue esa y no otra la razón. El caso es que hoy quise que fuera diferen

Demostración de un teorema

Carlos Alfonso Arrambide es profesor de la cátedra de Análisis de Señales y Sistemas en la Universidad Tecnológica de Córdoba. El contenido de la Unidad IV del programa anual tiene como tema “Funciones Analíticas Complejas / Integrales en el Plano Complejo”. Llegado a este punto del año lectivo, el profesor Arrambide toma una decisión sobre un asunto en el que ha venido pensando desde hace años. No permitirá en su cátedra ningún medio de registro: no más grabadores a cinta, ni micrófonos, ni cámaras de video, ni sistemas digitales de registro del tipo mp3. El anuncio causa estupor en el alumnado. Se oye la voz de un alumno que, al borde de la desesperación, dice: “Pero profesor ¿cómo estudiaremos si no permite que grabemos sus clases?” Arrambide camina dos pasos en dirección al alumno que ha hablado y solemnemente le responde: “El único dispositivo de registro que necesitará por el resto de su vida lo tiene precisamente aquí – y señala su oreja derecha-. Combine eso con este súper pro

¿Alguna duda?

El sindicato de dentistas precisaba regular los honorarios a cobrar por los servicios prestados. Parte del reglamento establecido decía más o menos esto: “El párrafo II del artículo 3 del reglamento reformado deberá ser sustituido por el siguiente párrafo: II. En cualquiera de los meses del mismo año la remuneración no excederá la que resulte de sumar a la remuneración de los meses anteriores del año, la cantidad que sea el producto de la suma standard, multiplicada por el número de meses del año que haya expirado al fin del mes para el cual se está realizando el cálculo, agregado a la mitad de cualquier exceso autorizado de honorarios respecto de ese producto que, salvo los artículos de este reglamento, hubiera derecho a cobrar en dichos meses, excluyendo, para todos los fines de este párrafo, el mes de enero” Sobra decir que nunca ningún profesional supo cuánto debía cobrar por la extracción de un premolar, la reparación de una caries y mucho menos por qué el mes de ener

La puerta Falsa

El auditorio se puso de pie, los aplausos ascendieron fervorosos desde la platea al escenario, bajaron en torrente de los palcos colmados y por treinta minutos nadie se retiró del teatro. La crítica teatral eligió la obra como el éxito de la temporada. Fue la consagración definitiva para Joaquín Robinho, el coreógrafo que toda compañía de danza codició en adelante para sí. Para Joaquín, sin embargo, el éxito con que en aquella noche se lo premió tenía sabor a mentira. Nadie más que él lo sabía. Durante meses antes de la presentación de la obra había trabajado en el diseño de cada uno de los pasos, los veía en su mente, los hacia cuerpo y se los enseñaba a los bailarines uno por uno. El acto final era el más intenso, el verso final de un poema que había escrito con delicados movimientos y sutiles sinuosidades, con suaves ondulaciones de cuerpos que tenían en carne viva el alma. Era el que más técnica y destreza requería. Precisamente en ese último cuadro de la obra residía el defecto.

Esencia Sombría

Algunos aseguran haber visto serpientes cruzar calles polvorientas en el ardor del verano, o enroscadas en las ramas de los árboles que hay en los vados del arroyo. Yo en todos los años en que he venido a pasar mis vacaciones a la estancia Juárez nunca vi más que alguna lagartija apresurada por esconderse tras de alguna maceta, o debajo de las tejas marsellesas. Es cierto que no vi ninguna serpiente. Viva no, pero en cierta forma la vi. Como si un taxidermista de lo etéreo hubiera operado su arte sobre un fantasma, o como si alguna sombra hubiera perdido una capa tal como las pierde una cebolla, así la piel de la serpiente había quedado tendida sobre un tronco seco que yacía en tierra. La forma de la cabeza y el espacio de los ojos copiaban tan fielmente su origen que uno bien podía dudar de que no fuera más que un recipiente vacío y yerto. La trama y el dibujo de la piel, la otra piel, la helada y latente, pero viva, también se había quedado dibujada como un sello tenue, como marca d

Futuro Imperfecto

Alguno de los dos enviará un mensaje de texto, o un correo electrónico, o llamará por teléfono al salir del trabajo. Quedarán de acuerdo en encontrarse en una confitería enfrente del viejo Abasto. Los dos reirán cuando miren hacia adentro y descubran esa fauna citadina que se aglomera en mesas con copas altas y tres cubiertos. Comentarán entonces que las confiterías modernas no tienen ya el encanto de los viejos bares, con esos mozos eternos que conocen los resultados de la quiniela, y están al tanto de cada disputa política y el precio del dólar. Decidirán que es mejor caminar un rato y buscar otro sitio sin aquella iluminación groseramente fluorescente. Hallarán en una calle un poco oscura un sitio que ostenta un soberbio nombre, “Tanguería”, que vacila entre lo tan tarde que se ha hecho para cerrar el día y lo demasiado pronto que será para iniciar la noche. Ya dentro descubrirán cuatro parejas que ensayan firuletes en un piso ajedrezado, que disparan ganchos entre piernas y tacos,

Conservación de los recuerdos - Julio Cortázar

Los famas para conservar sus recuerdos proceden a embalsamarlos en la siguiente forma: luego de fijado el recuerdo con pelos y señales, lo envuelven de pies a cabeza en una sábana negra y lo colocan parado contra la pared de la sala, con un cartelito que dice: "Excursión a Quilmes", o: "Frank Sinatra". Los cronopios, en cambio, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio y cuando pasa corriendo uno, lo acarician con suavidad y le dicen: "No vayas a lastimarte", y también: "Cuidado con los escalones". Es por eso que las casas de los famas son ordenadas y silenciosas, mientras que en las de los cronopios hay gran bulla y puertas que golpean. Los vecinos se quejan siempres de los cronopios, y los famas mueven la cabeza comprensivamente y van a ver si las etiquetas están todas en su sitio.

Viva la tristeza! (Spleen)

                                                                 I Fue un niño silencioso. No hubo padres insomnes por ocuparse de calmar su llanto, ni corridas al hospital por quemaduras de primer grado. No hubo vecinos con protestas por vidrios rotos, ni abuelos que se quejaran de su vocabulario soez. Es más, poca gente escuchó alguna palabra de su boca los primeros cinco años de su vida. En la escuela se colocaba a un lado del patio de juegos y miraba a los demás niños jugar con una pelota, o perseguirse en el juego del escondite. Él leía una revista de historietas, o dibujaba redondeles en el suelo con la punta del pie o con algún palito. Cuando alguna maestra le preguntaba por qué no jugaba con los otros niños, no respondía. Si la maestra insistía, su cara comenzaba a congestionarse y sin motivo aparente, rompía en llanto. Era como si las lágrimas estuvieran siempre en estado de alerta, y ante cualquier tipo de emoción se agolparan en sus ojos y brotaban profusamente, incontenibl

Oficio Ingrato

Calixto, el herrero, trabaja en su forja. Una máscara cubre por completo su rostro. El delantal de fieltro lo protege de las chipas candentes que vuelan. Golpean la puerta. Calixto levanta su máscara, deja las piezas en las que trabaja sobre el banco y se quita los guantes. Abre. Es la Muerte. Cualquier otro, ante semejante visión, caería de hinojos. Pero Calixto conoce a la Señora -así la llama él- por el trabajo de herrero. Cada tanto ella trae su instrumental para que Calixto lo repare. “Calixto ¿tendrás un poco de tiempo para afilarme la guadaña? La hoja está casi roma. ¡No sabés lo que me hace renegar!” dice la muerte en un tono que, si no conociéramos la naturaleza del visitante, diríamos, parece amistoso. “¿Así que anda con mucho trabajo, Señora?”, dice Calixto, mientras hace un gesto que la invita a entrar. La Muerte toma asiento a un lado del banco del herrero, que ya ha puesto a funcionar la piedra de afilar. “Mucho trabajo, sí. Ya sabés, es plenilunio… Los enamorados, los p

Seducción en la barra

Está sentada en la barra de un bar, bastante ebria, la mirada turbia, la voz pastosa. Él la acompaña. Se ha propuesto no dormir solo esta noche. “Cuando tenía veinte, ¡qué bonita era!, –dice ella con tono melancólico-. No había esquina en la que un taxista no me dijera un piropo. Aún los hombres que iban con sus esposas se daban vuelta a mirarme. Yo veía cómo ellas les tiraban del saco, o los pellizcaban, y me moría de risa. Todos los muchachos del barrio me invitaban a salir y mis amigas se morían de envidia. Pero ahora, vea. Mire estas patas de gallos, ¿ve? ¡Y estas manos! ¡Y aquí, mire el cuello, mire cómo lo tengo! Si me hubiera visto usted en aquel entonces, ah, ¡qué bonita era!”. Él comprende que es momento de decirle algo que la haga sentir bien. “Realmente creo que es mejor que no la haya conocido entonces, y sí ahora y que esté como está”, suelta. Ella lo mira y enarca las cejas. “¿Qué me quiere decir, señor?” “Sucede que, bueno, ante cualquier cosa demasiado bella, ante una m

Tiempos Modernos

Qué puedo hacer. Ya tiene dieciocho. Es bastante grande. Eso cree ella al menos. Lo que no termino de comprender es para qué lo trajo a casa. Él quiso hablar a solas conmigo en la cocina. Me dijo que la quería y que iba a velar por su bienestar. Estamos de acuerdo, yo también la quiero. Ahora, ¿qué necesidad de venir a mi casa? La trajo él en su auto. Reían. A mí no me causó ni un poco de gracia. Toda esta cuestión de las presentaciones sociales a mí me resbala. Pero qué hacer. Ella ya tiene dieciocho, y él es su padre.

Los culpables de siempre

La sala está llena. Todas las pruebas presentadas inculpan a la acusada. Su prontuario no ayuda. Cruza las manos, se las frota como si rezara. El abogado defensor está intranquilo, sabe que no está consiguiendo convencer al juez. Mira las caras alrededor. Nadie parece tomar en cuenta el aspecto devoto de su cliente. -“¿Usted lo mató?”, pregunta el fiscal. -“No”, dice ella, y sacude enérgicamente la cabeza. -“¿Y va a negar también que tuvo relaciones sexuales con él la misma noche en que desapareció?”, arremete el fiscal . -“Sí, es cierto, pero se marchó después, y ya no volví a verlo. Quizás haya estado con alguien más, no sería del todo imposible que…” -“Remítase a responder sólo lo que se le pregunta”, la interrumpe el juez. -“Se lo pregunto por última vez, ¿lo mató luego de tener relaciones con él?” -“Ya le dije que no, señor. Es que era demasiado joven, y bello. Tuve intención, es cierto. Pero cuando vi que era fuerte y hermoso, no pude. Y lo dejé ir” Con los ojos enturbiados,

Habitación 47

Clelia está tendida en una cama. Tiene el rostro pálido, muy pálido. Duerme. A sus pies, tres mujeres velan. Los rasgos de las tres tienen alguna semejanza, lo que hace pensar que son hermanas. Clelia se revuelve en la cama, se le escapa un pequeño quejido, dice alguna cosa incomprensible. Abre los ojos. Mira a las tres figuras a sus pies. No las reconoce. Cree que delira y, por temor a hacer el ridículo, no dice nada. Las observa un buen rato. Ahora Clelia se acomoda en la cama, coloca la almohada como respaldo de modo que casi queda sentada mirando de frente a las tres. Por fin dice con una voz marchita: “¡Qué bonito eso que hacen!”. La primera de las tres mujeres levanta la vista. Acciona un curioso dispositivo, una rueca. Llama la atención ver algo como eso en cualquier parte, pero más aún en un hospital. Hábilmente mueve sus manos, toma pequeños copos de lana virgen, los desarma en pequeñas fibras y luego, en la rueca, las convierte en un fino cordel. Sin dejar de hilar, le devuel

Derrota eQuestre

Su padre, que había sido también su maestro, se lo advirtió. “Sobre todo, tené cuidado con los caballos, con esos movimientos ladinos que poseen, podés terminar dañado: un salto y te dejan en la lona”. Por eso siempre tomaba precauciones. Debía vigilar los caballos, controlarlos, neutralizarlos a como diera lugar. Pero se distrajo. Confió demasiado en su suerte. Cometió el peor error que se puede cometer: subestimó a su contrincante. Y cayó en una celada. Todo por ese maldito caballo. Sólo podría salvarse si... Su adversario toma la pieza, mueve. “Jaque mate en tres, si no me equivoco”, dice con tono que no oculta el sarcasmo. Él, que lo sabe desde antes, inclina su Rey, y se levanta.

Liberación

Cada ataque manifestaba síntomas similares: transpiraba copiosamente, sudor helado; se movía de forma compulsiva de un lado a otro, como se mueven los tigres encerrados en jaulas; jadeaba furiosamente como si acabara de correr una distancia larga; temblaba, sacudida por espasmos trepidantes. Podía tener varios de estos síntomas a la vez, pero cuando no caía desvanecida en un desmayo, el final era siempre el mismo: pánico, terror, gritos desesperados. Llegó a arrancarse mechones de cabello, arañarse la cara e intentó saltar desde una ventana en un cuarto piso. Le diagnosticaron claustrofobia. Fue a un psicólogo, le dieron medicación, intentó con terapias alternativas. Nada parecía traerle alivio duradero. Martín, su pareja desde hacía varios años, hacía lo imposible porque Alejandra se sintiera bien. Cada vez que los ataques comenzaban a hacerse frecuentes en la casa donde estuvieran, alquilaba otra más grande. Cuando no hubo departamento que la pudiera contener, buscó una casa con ja

Estación Terminal

El hijo mayor viajó a Buenos Aires para hacer la conscripción. Cuando salió buscó trabajo, se casó y se quedó a vivir en la ciudad. El segundo, que siempre tuvo en la cabeza una bandada de teros, colgó su guitarra al hombro y se fue de gira con un grupito de folklore. No volvió nunca más. La hija, la menor y única, se enamoró de un viajante que se la llevó a vivir a Santa Fe. A todos sus hijos se los llevó el tren. Y a su esposa, la última en irse, allá por el ’92, cuando al mítico “Estrella del Norte” le quedaba todavía un año de vida. A su mujer le quedaba menos. Antes de subir al tren, ella le pidió que pasara lo que pasara, no abandonase su puesto como Jefe de Estación. Era hombre de palabra y respetó su voluntad. Ella falleció en el quirófano, mientras la operaban del corazón en la Capital. Por las tardes sale a caminar por el pueblo en compañía de su perro. Las calles están casi siempre desiertas. El bar, otrora rebosante de turistas que se quedaban a hacer noche allí, viajante

Flores de lis

En la vaina se ven dos serpientes que ascienden enroscadas. En el centro, un escudo frigio que dos manos sostienen. Ambos bordes con ribetes en forma de greca. Todo trabajado en finísima plata, trabajo de un artesano de tierra adentro. La hoja del facón tiene grabadas dos flores de lis.    Se contaban muchas historias sobre el facón y su dueño. De él se decía que había venido buscando vengar una ofensa; que era fugitivo y que debía a la ley alguna muerte. Del cuchillo, que había sido traído de Europa, que tenía un grabado extraño en la hoja, un signo antiguo de los condenados; pero nadie había visto el arma fuera de la vaina. Tan errados no estaban. El correntino cometió el error de volver por la pulpería. Andaba necesitado de dinero y vino a vender unos cueros. Si hubo conjura o no, no se sabe. Lo cierto es que nadie le avisó nada. Cuando tiró el montón de cueros sobre el mostrador, oyó un grito, y la sangre se le puso espesa: -“¡Correntino!” El correntino apenas tuvo tiempo de b

Riachuelo

Le habían recomendado no dejar de visitar el barrio de San Telmo, la plaza Dorrego y la calle Caminito, en La Boca. Era martes, no había casi nadie en la calle. Un amigo le había prestado un departamento en la calle Las Heras, cerca del parque. Caminó una cuadra y esperó que llegara el colectivo 64. Se bajó después de pasar el viejo puente Avellaneda. Anduvo un rato sin apuro por la rambla. Vio un grupo de gente con cámaras fotográficas y lentes para sol. “Turistas, como yo”, pensó. Aminoró el paso. “La verdad no sé qué le ven de lindo a todo esto”, decía una señora, mientras fruncía la nariz enérgicamente. “Fijate, agua podrida, botellas, basura. Quién sabe qué enfermedad se puede pescar una respirando este aire. Mejor, vamos”. Esperó a que se alejaran las señoras. Abrió el bolso en que traía su cámara y eligió un teleobjetivo. Tomó fotos de de la Rambla, de los boteros que cruzaban a los turistas a la isla Maciel, al Viejo Puente Avellaneda, a los cascos de los barcos encalla

Filantropía

En un lujoso hotel céntrico se realizó el VI Congreso Internacional sobre Niñez y Adolescencia. Asistieron políticos, empresarios, periodistas e importantes personalidades de los ámbitos más variados. El temario de los disertantes abarcó la necesidad de asegurar contención social, educación y bienestar a cada niño del país. Se habló mucho acerca de planes de alfabetización, la eliminación del trabajo infantil y la violencia familiar de la que muchos niños son víctima. Se leyeron ensayos de prestigiosos sociólogos de fama mundial. Se habló del futuro, que debe ser construido sobre una niñez y adolescencia sanas y con respeto absoluto por los derechos universales del menor. Finalizado el encuentro, los participantes del Congreso fueron saliendo. Era una noche tibia y agradable, así que se vio a muchos dirigirse restoranes, casinos y teatros que la ciudad ofrecía a manos llenas. A pocas cuadras del hotel donde hasta hace minutos se habló de proteger la niñez, un grupo niños de no más

Manera correcta de interpretar una imagen

Tiene diez años y es un chico inteligente. Lo que logra con su inteligencia, sin embargo, muchas veces deja boquiabiertos a sus mayores. La madre de Ramiro es docente. Se podrá pensar que esta circunstancia resulta en ventaja, que su amante madre ayudará al pequeño a salir airoso en la lid escolar. Quien piense así, seguramente no ha tenido una madre que pertenezca al gremio docente. Hoy Ramiro ha traído de la escuela tareas para realizar en casa. La tarea consiste en escribir una narración dejándose llevar por lo que le pueda sugerir una imagen que la maestra entregó al alumnado. La imagen tiene una composición más bien simple: un prado herboso, un hombre con apariencia de leñador, algunas herramientas de campo y de fondo, una tupida arboleda. Ramiro termina la tarea y llama a su mamá. “Ya está, ma”, dice, y sonríe con aire triunfal. Cree que ha escrito un texto bonito y que esto llenará de alegría a su madre. Un momento más y tendrá permiso para salir a jugar con los demás chic

Reflejos

Cuenta Ovidio que Narciso poseía una gran belleza. Tanto así, que todas las chicas del barrio morían por él. Algunas, literalmente, como la ninfa Eco. Pero Narciso las rechazaba a todas, ninguna le caía en gracia. Según el poeta, Némesis, la diosa Venganza, castigó al insensible. Narciso siente sed, se inclina a beber en un arroyito, y ve su imagen reflejada en el agua. Inmediatamente se enamora. Pero Narciso fracasa en la seducción de la imagen de Narciso. Por fin, muere contemplando su imagen, y su cuerpo se convierte en flor. Esa es la versión de Ovidio. Sucede que al poeta le gustaban los finales dramáticos. Lo cierto es que hubo una mujer que sí consiguió enamorar al fundador del narcisismo. Por lo demás, era natural: era una gitana morena; sus ojos los más bellos en varias leguas a la redonda. Narciso la vio, y murió de amor. Los ojos de la morocha eran perfectos espejos.

Amor a prueba de almanaques

Estaba enamorado de ella hasta los huesos. Conocía cada rasgo de su rostro, sus horarios, las cosas que le gustaban, las que no, su color preferido, el perfume que usaba los domingos. Sin embargo, era demasiado tímido. Siempre ensimismado, vio transcurrir treinta años sin poder confesarle su amor. Treinta años: la juventud, la universidad, ella se casó, tuvo dos hijos. Hoy es su funeral. La mira enternecido. Ausculta su corazón y sabe que lo que siente por ella es inmutable. Se decide. Hoy le confesará su amor incondicional. Después de todo, sabe bien que en este cementerio no hay fantasma que tenga la pinta de él.

Doble Click

Después de mucha vacilación, decide crear un blog. En una suerte de plan antropológico, lee en la Web a fin de comprender la dinámica de la blogósfera. Hecho esto, pone manos a la obra. Publica al menos un post diario, se cuida de que tenga ritmo, que sea llamativo, con un toque de humor, pero sin olvidarse de dejar al menos un idea, algo en qué pensar. Pasan varios meses. Nadie comenta sus publicaciones, nadie le envía mails, no tiene un solo seguidor. NADA. Lee sobre marketing digital orientado a bloggers. Pide consejos, se los dan. Entonces peregrina la red comentando blogs que tratan sobre literatura, música, moda, política, arte, gastronomía, viajes, sobre cómo hacer bonsáis, sobre corte y confección, peluquería y ortodoncia. Llega incluso a comentar en un blog de cierto hombre que dice ser la reencarnación del poeta Homero. Seis meses. NADA. Desespera. Se deprime. No encuentra sentido a seguir escribiendo. Sus amigos de Facebook le dicen que lo leen, pero no se toman la mol

Sorprendeme

“Estoy embarazada”, dijo su novia. Primero, se quedó sin habla. Luego, se enojó con ella. Cuando estuvo más tranquilo, pensó: “Bueno, después de todo, dicen que un bebé es una bendición de dios”. Abrazó a su novia y la llenó de besos. Tercer mes. -Estoy embarazada... pero... -¿Qué? -Son trillizos. Se desmayó. Cuando se despertó se hizo ateo. (Para mi amigo, Hernán)