CONCIERTO PARA QUINTETO

CONCIERTO PARA QUINTETO

Salís con el vestido azul con lentejuelas, sin breteles, el cabello azabache recogido en un rodete bien
estirado y guantes de raso haciendo juego.  Un foco frío te ilumina y les da a tus hombros y pómulos
la textura lisa de la porcelana. Te habías pintado la boca carmesí y tenías un falso lunar dibujado
sobre la comisura izquierda. La foto había quedado muy bien y fue la que eligieron para la
promoción de la gira cubana.

En esta otra se ve más del escenario y el decorado. Era horrible. Lo había hecho una de las pibas
del Nacional que colaboraba con el grupo de baile, pero la pobre tenía más voluntad que oficio.

—Lo de Hansen en la versión de Laura parecía más una muestra impresionista que un puterío
con los mejores bailes de Buenos Aires.

Tenías razón. Esos paneles corredizos con manchas de colores no encajaban por ninguna parte.
Menos mal que la voz en off ayudaba a imaginar los cuadros. En la escena del burdel te tocaba
hacer de la Rubia Mireya. En la foto salís con una peluca dorada que conseguiste en San Telmo
y un vestido blanco con lunares negros.

—Te parecías bastante a Evita, Nacha Guevara—, te había dicho yo cuando la vimos.

–A la Evita del final me parecía, qué decís, si soy puro hueso.

En la serie del último cuadro salen vos con Ollantay y Juan Miguel con Alejandra, ustedes
dos con vestidos negros entallados, zapatos altos y el cabello recogido. Juan Miguel tenía
ya un asomo de panza que  trepaba a la faja del esmoquin. Ollantay en cambio siempre flaco,
alto, ojos negros encendidos y un mechón oscuro que se rebelaba al fijador. En estas otras
ya están las cinco parejas haciendo los giros y vueltas del final del Concierto.

Ésta es la primera que tengo de vos fuera del escenario. Había pasado un tiempo desde la obra
en el IFT, yo había entregado las impresiones al manager del grupo y no te había vuelto a ver.
Nos encontramos de casualidad en La Biela una tarde en que yo había ido al cementerio a
hacer algunas fotos. Hacía rato que había terminado mi café y leía, seguro que algo de Cortázar.
Lo recuerdo porque después nos enredamos en una disputa tonta sobre si era mejor él o Borges.

—No sabía que estudiabas Letras además de bailar tango.

—Hay muchas cosas que no sabe usted de mí, caballero. Además canto, ¡oiga!

Me tratabas de usted aunque tuviera pocos años más que vos. Ahora me parece de un esnobismo
insoportable la gente que lo hace, pero en vos tenía la forma de un juego, una especie de distancia,
mezcla de seducción y picardía.

Te pusiste a cantar Madreselva, con voz aguda y nasal. Te pregunté por qué impostabas la voz.

—¡Increíble! ¿No vio la película de Hugo del Carril? Algo tendremos que hacer. ¡No puede ser
que no conozca a Libertad Lamarque!

No la había escuchado. A decir verdad fuiste vos la que me acercó el tango. Acabo de poner
en equipo el primer CD que me regalaste, The Central Park Concert, de Astor Piazzolla. La versión
del Concierto para quinteto que trae es superlativa. Obligaste al grupo para que sea el cierre
de la obra en el IFT.

Atardecía cuando nos fuimos del bar. El sol de abril se entreveraba con las ramas del gomero grande
frente a La Biela. La luz era ideal y me dieron ganas de hacerte unas fotos.

—Le doy permiso, a condición de que me invite otro café y veamos cómo quedaron.

Esa tarde supe que estaba enamorado de vos.

Tengo varias de las que te hice la primera vez que viniste a casa. Yo me había mudado hacía poco,
apenas tenía un colchón grande tirado en el piso, los libros apilados contra las paredes,
una mesa chica y dos sillas. Improvisaste caras, poses de baile, la mirada de Libertad Lamarque
en Madreselva, me enseñaste los ochos pasos para caminar un tango.

Y fue la primera vez que te quedaste a pasar la noche.

Me pediste que te lea alguno de mis cuentos. Estábamos echados en el colchón, al nivel del suelo,
tomábamos vino y habías puesto un disco de Pugliese.

—Me dijiste que eras un pésimo bailarín, pero fijate que el paso básico te sale bastante bien.
Me gusta este cuento.

Ojalá hubieras tenido razón.

Las cosas entre nosotros funcionaron bien por poco tiempo. Te habías separado de Ollantay
hacía varios meses, pero todavía eran pareja de danza y la situación era tensa. La gira por Cuba
había sido un éxito. Copes estaba de viaje también y le habían hablado de un bailarín excepcional
y muy joven que se presentaría en el teatro nacional.

Ollantay era el mejor. Lo sabías vos, lo sabía él, lo sabía yo.  Su sombra planeaba sobre nosotros
cada vez que estábamos en casa; cuando se te ocurría una coreografía mientras tomábamos
mate oyendo discos y yo maldecía mi incapacidad para poner el ritmo en el cuerpo; era el motivo
de bronca y llanto las noches que volvías de los ensayos luego de algún desplante de él,
porque estabas atada a su suerte, porque lo necesitabas para ser lo que querías.

—No es la fama, Pereyra, no son las luces o los aplausos. En el escenario soy otra, la verdadera,
estoy viva. Sé que esta carrera es corta, diez años más y seré vieja. Tal vez seas un poco
el culpable de mi desgracia. Me sacaste la foto que usamos en el afiche; Copes nos vio bailar,
qué digo, vio a Ollantay y le ofreció una prueba.

Finalmente, Ollantay aceptó y se despidió primero del grupo y luego dejó de bailar con vos
para irse a París con la compañía de Copes. Yo te animaba a buscar otro compañero,
a dar clases, a buscar tu propio camino.

—No sabe lo que dice, Pereyra. ¿Fue alguna vez a una milonga? Diez mujeres por cada varón.
Y hay cada pata dura que te pisa y te pisa mientras intenta bajar la mano de la espalda.
Para una bailarina de tango, la cosa es peor. Conseguir un compañero que sea buen bailarín
es perseguir un unicornio.

Llovía fatalidad sobre nosotros y eran pocos los momentos en que salías de tu ensimismamiento.
Te robé algunas fotos, ya no te daban ganas de posar para mí. Hay una en la que mirás
por la ventana del departamento y tus ojos son pozos que ya no ven.

Al final dejaste el tango, dejaste la danza en los escenarios. También la facultad y por fin
me dejaste a mí.

La última foto que tengo de vos es del año pasado. Desde que nos separamos llamaba a tu casa
en la fecha de tu cumpleaños y te dejaba un mensaje grabado. Me sorprendí cuando atendiste vos.
Sonabas animada. Me contaste que habías comenzado a pintar y que estabas escribiendo.
Me felicitaste por un cuento que me había publicado una revista de cuarta línea.
Quedamos en tomar un café cerca de tu casa al día siguiente. Yo seguía trabajando
de fotógrafo de sociales y andaba con la cámara siempre encima.

—Me alegro, Pereyra. Cuando pueda escriba un cuento sobre una bailarina de tango que no fue.
Mire si gana el Asturias o el Nóbel y sus biógrafos se rompen la cabeza averiguando
quién fue su Maga.

En la foto estamos los dos. No puedo decir que estamos juntos. Había puesto la cámara
sobre la mesa, en algún momento programé el temporizador para una toma automática.
Yo salgo con las manos entrelazadas sobre un pocillo de café, te miro mirar hacia quién sabe
qué fantasma que no está en el bar ni en Buenos Aires.

Como aquella vez en La Biela, atardece y el disco de Piazzolla está terminando. Suena el último tema,
aquel Concierto para quinteto. En el piso están desparramadas tus fotos, las del tango,
las de mi casa a nivel del piso, las del Parque Las Heras y muchas en bares y cafés por toda
Buenos Aires.

Ayer fue tu cumpleaños, la fecha del rito de la llamada. Me atendió tu hermano, apenas
se acordaba de mí.

—Carla ya no está Javier. Se fue. Me gusta imaginar que consiguió lo que aquí nunca tuvo.

El tango es un sentimiento que se baila, escribiste detrás de la foto.  Vibra el bandoneón, furioso, los violines elevan la apuesta y un yeite de guitarra atraviesa los compases finales del Concierto. Bailás tu mejor tango, brillás en azul eléctrico. La cámara captura el gesto del paso final, vos con la pierna derecha extendida, la izquierda flexionada y en tensión; tu brazo enguantado en raso se extiende y tu mano se abre sobre el pecho de tu compañero. Aún no se terminan de apagar los últimos acordes y todo el teatro aplaude de pie.  

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Tachero de twitter, no estoy en las redes sociales. Mandame tu numero a knuj@unet.ca y viajamos juntos.

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