Mayo
Siempre me resultó más sencillo, o más cómodo, o quizá ambas, deambular las avenidas fantásticas, las ingrávidas sustancias de los mundos sutiles, los vericuetos de la palabra que esquiva las definiciones, los cierres dogmatizantes, la voz que juega a ser polisémica y se viste de sedas poéticas. Ésas que constituyen bonitos paisajes con aves nocturnas, paradójicamente ávidas de absoluto, atemporales y sincréticas . Pero cada vez que la realidad aparece con toda su brutalidad, con toda su atroz forma de abofetear y sacudir, ahí toda habilidad e ingenio, todo intento de belleza se hace mudez. ¿Qué decir del suicidio de Carla, qué del puñal hendido desde ochocientos kilómetros y sin apenas una o dos palabras, qué del terrible espanto de mirar tras el espejo y ver que la lealtad creída y cultivada se arrastra tullida y sucia? ¿Cómo nombrar este barro, este limo, este desgarramiento que me amordaza y me quiebra? Tres estocadas, tres golpes, tres sentencias. Y yo, sin comprender cómo se...