Mayo

Siempre me resultó más sencillo, o más cómodo, o quizá ambas, deambular las avenidas fantásticas, las ingrávidas sustancias de los mundos sutiles, los vericuetos de la palabra que esquiva las definiciones, los cierres dogmatizantes, la voz que juega a ser polisémica y se viste de sedas poéticas. Ésas que constituyen bonitos paisajes con aves nocturnas, paradójicamente ávidas de absoluto, atemporales y sincréticas. Pero cada vez que la realidad aparece con toda su brutalidad, con toda su atroz forma de abofetear y sacudir, ahí toda habilidad e ingenio, todo intento de belleza se hace mudez.

¿Qué decir del suicidio de Carla, qué del puñal hendido desde ochocientos kilómetros y sin apenas una o dos palabras, qué del terrible espanto de mirar tras el espejo y ver que la lealtad creída y cultivada se arrastra tullida y sucia? ¿Cómo nombrar este barro, este limo, este desgarramiento que me amordaza y me quiebra? Tres estocadas, tres golpes, tres sentencias. Y yo, sin comprender cómo se puede vivir, cómo.

Mayo. Desde hace tiempo Mayo es un mes que dice voces de cristales rotos, de gritos en la madrugada, de ropajes oscuros y cartas de adiós. A veces pasa, se marcha. Simplemente se va como deben irse todos los meses del calendario. Y es casi una forma de absolución, pero siempre con una miranda de reojo y sonriendo maliciosamente.

Y me piden que escriba. Que no deje de escribir. Y simplemente sucede esto: hace frío, llueve y ellas me dejan porque estoy abrumado. Porque tampoco para ellas debo tener lugar. Porque estoy roto y maldigo en silencio.

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