De puño y letra

1952. Presunto diálogo entre Cortázar y una francesa. En algún lugar de París.

(Ebrios de sábado, luces, intemperie, humo y alcohol. Quizás el deseo los predispone a la conversación)

- ¿Escribís a mano?

-¿A mano? ¿Acaso me ves cara de octogenario?

-¡Pero no! ¡qué decís! Simplemente es por esa "cosa" que tienen muchos ustedes los escritores, esa suerte de romanticismo de pluma, papel y tinta, esa casi narcismo de la impronta personal en las líneas, y todo eso, ya sabés.

Cortázar se queda en silencio un momento. Fuma un Galois con los ojos entornados, empuja fuera de sí el humo como quien toma carrera para dar un salto.

-Lo peor es que cuando uno se vuelve mecanógrafo esencial ya resulta imposible escribir de otro modo, y la escritura mecánica termina por ser nuestra verdadera caligrafía...

***

¿Será que la gente aún escribe a mano? Quiero decir: escribir a mano sin que medie una máquina, cualquiera sea; escribir como una actividad voluntaria que escapa del mero accidente de firmar una planilla, un ticket de banco o tomar alguna nota en cualquier pedacito de papel. Escribir fuera de lo estrictamente áulico, llámese facultad o escuela; escribir como acto placentero o expresivo, como canal por donde dejar salir el arte.

Ya no recuerdo la última vez que escribí una carta, por ejemplo.

Las cartas, ves.

¿Cuándo fue la última vez que escribiste una carta a mano? Dejemos de lado el hecho (que comparto) de que la letra es tan única como las huellas dactilarles y dice muchísimo de su fuente, de todo eso que se cuela en cada curva de cada letra que uno dibuja cuando escribe. Escribir una carta a mano es tomarse un trabajo importante, es realizar una tarea que requiere reservas especiales: esmero en las formas de la letra en sí misma para que sea legible; el cuidado del papel, no sea cosa que se manche por una torpeza al tomar el mate o café; la búsqueda de una birome que funcione, claro, ya que todos sabemos que jamás aparecen cuando más uno las necesita, o si aparecen, de tanto olvido nuestro se han olvidado ellas también cómo hacer lo que se supone que deben, etc.

Pensando en todo esto se me ocurrió la bonita idea de escribirte una carta a mano. Pensé una carta que tuviera algo de poética, algo de cuento, algo de vos y de mí, algo fantástico. Y como para completar la cosa, imaginé que seria macanudo llevar la carta al Correo, al Correo de verdad digo, pegarle una estampilla y meterla en un buzón. Ahora que lo pienso, si te escribo una carta y la meto en un buzón, no tendría porqué pasar por el correo, verdad. Ya vés cómo uno se desacostumbra por completo de hacer cosas que tiempo atrás eran de lo más ordinario.

Tenía la bonita idea de escribirte una carta a mano porque imaginaba tu cara de sorpresa cuando tocaran a tu puerta y te entregaran un sobre con mi nombre de un lado, y el tuyo del otro. De seguro cosas como esa no te pasarán todos los días. Descontando, claro, las cuentas de teléfono, las demandas judiciales y las promociones que te invitan a comprar lo necesario para construir una segunda torre de Babel.

En esa empresa ando. Y está todo listo: un par de cuartillas en blanco, una birome debidamente probada y aprobada, un sobre precioso color marfil, las estampillas que compré esta mañana en el correo (finalmente la voy a echar al buzón, pero como ves, sí hizo falta que pase por el Correo).Ahora, eso sí. Que ni se te ocurra pensar que voy a escribir en borrador A MANO. Sobre todas las cosas, AMO esta facilidad, esta sencillez, la simplicidad de un editor de texto que me deja hacer y deshacer a mi mas rotundo antojo, llevar, traer, eliminar, reinventar. Así que, sí, la carta que te voy a enviar será, como quien dice, de puño y letra. Pero la cocina, el borrador, en mi querida e irremplazable computadora.

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