Futuro Imperfecto
Alguno de los dos enviará un mensaje de texto, o un correo electrónico, o llamará por teléfono al salir del trabajo. Quedarán de acuerdo en encontrarse en una confitería enfrente del viejo Abasto. Los dos reirán cuando miren hacia adentro y descubran esa fauna citadina que se aglomera en mesas con copas altas y tres cubiertos. Comentarán entonces que las confiterías modernas no tienen ya el encanto de los viejos bares, con esos mozos eternos que conocen los resultados de la quiniela, y están al tanto de cada disputa política y el precio del dólar. Decidirán que es mejor caminar un rato y buscar otro sitio sin aquella iluminación groseramente fluorescente. Hallarán en una calle un poco oscura un sitio que ostenta un soberbio nombre, “Tanguería”, que vacila entre lo tan tarde que se ha hecho para cerrar el día y lo demasiado pronto que será para iniciar la noche. Ya dentro descubrirán cuatro parejas que ensayan firuletes en un piso ajedrezado, que disparan ganchos entre piernas y tacos, que se miran apasionadamente, porque han aprendido que en eso reside el alma del tango. Se sentarán en una mesa apartada, a un lado de la pista, sin que apenas nadie note su llegada. Ella será la primera en hablar, en hablar no ya de cosas mundanas y sin importancia, sino del asunto que más importa a esa hora en esa cuadra, en ese barrio, en ese cosmos. Ellos dos. Le preguntará “¿Cómo estás?”, y él, con un gesto rápido y la voz jocosa responderá entre sonrisas “Estoy fantástico”. Ella festejará la ocurrencia y estará de acuerdo, “Es verdad que estás muy bien”, dirá, y ambos reirán de la mala broma. Pero a ella se le ensombrecerá de pronto el rostro, mirará nerviosamente hacia afuera, y volverá a mirar el rostro de él. “Decime, realmente, ¿cómo estás?”. Él no podrá evitar sonrojarse. Cruzará los dedos, los soltará, hará un gesto vago, como espantando moscas o fantasmas y apoyará el mentón entre las manos que habrán tomado la postura de quien inventa una paloma con sombras de la China. Se quitará los lentes como hace cada vez que está nervioso y finalmente le dirá : “Está bien. Fue una semana de mierda”. Le contará entonces que ha estado con problemas de trabajo, que le ha dado un resfrío que aún le dura, que le han llegado las boletas del gas y la corriente eléctrica, que el banco le notificado una deuda en la hipoteca, que su madre llegará en una semana. “Pero lo peor, lo intolerable, fue la continua y metódica forma en que te extrañé, aunque se bien que no tengo derecho”, dirá, y en los ojos de ambos asomará apenas el brillo de las que no llegarán a ser lágrimas.
Comentarios
Saludos, y gracias por pasar