Reverencias
Por fin es primavera. Después de tantos días cubiertos de nubes hoy amaneció espléndido. Mi mal humor matutino suele durar un buen rato, pero esta mañana se esfumó ni bien traspuse el portal. Había sol, el aire estaba tibio y soplaba una brisa agradable. Imposible no interpretarlo como augurio favorable. Recogí del suelo el periódico y lo coloqué en el portafolios. Me gusta repasar las noticias en el bar mientras tomo un café antes de entrar a trabajar. Cerré la casa y caminé en dirección a mi automóvil. Esta es una zona muy tranquila, tanto que aún podemos prescindir del uso de rejas y sistemas de seguridad. En el verano estuve en Buenos Aires, en la casa de unos amigos que viven en un barrio privado. No conseguí sentirme cómodo. Fue una experiencia penosa: por una parte, una suerte de asfixia, una sensación similar a lo que imagino que sienten los que sufren claustrofobia, si es posible tal cosa en plena calle y al aire libre. Eso y la impresión de estar constantemente vigilado. Cámaras de seguridad en los frentes de todas las viviendas, garitas con vigilantes en las esquinas, un vallado en la entrada del barrio, revisión de la documentación de los foráneos. Nunca antes la vuelta a mi hogar me brindó tanto alivio. El frente de mi casa tiene un sendero de piedras laja que corre a través del césped hasta dar en la acera. Entre mi casa y la de Roldán, mi vecino, no hay verjas, apenas unos arbustos pequeños aquí y allá, a modo de medianera, de modo que los frentes de ambas viviendas se suceden sin solución de continuidad. Como estoy más bien poco en casa, nunca he tenido tiempo suficiente para ocuparlo en parquizar. Roldán en cambio tiene un jardín bellísimo. Hace poco más de un año que se ha mudado junto a su familia a nuestro barrio. Es increíble que haya estado a punto de irse hace unos meses.
Cuando salí para el trabajo, mi vecino estaba ocupándose de las plantas de su jardín. Quien haya visto alguna ilustración de los jardines japoneses puede imaginar el aspecto del frente de la casa de Roldán. Tiene dos cerezos que están florecidos, rosas chinas de varios colores, hay azaleas, geranios y varios macizos con herbáceas. Esta mañana crucé unas palabras con mi vecino. Siempre se muestra atento y cortés. Quizás por esto mismo es que algunos en el barrio hayan sospechado. Mientras Roldán me hablaba de las virtudes del abono natural, de ciertos cuidados especiales contra un tipo de arañas rojas y otros asuntos botánicos, no pude evitar que la mirada se me desviara detrás de él. Son muy bellas, ciertamente. Cuando todo el mundo andaba alborotado por aquí, no se hablaba de otra cosa que ellas. Roldán continuaba su charla sobre no sé que cosa acerca del clima, las lluvias que escasean y lo nocivo de los fertilizantes químicos. Yo no podía quitar la vista de ellas. Me han dicho que son orientales o algo así. La verdad, no sé bien si es por el influjo del jardín de mi vecino, con esa fuente artificial, los cerezos en flor o la armonía minimalista que emana su parquizado, lo cierto es que si ellas no son orientales, uno pensaría que tienen todo el derecho a que lo sean. Cuando la policía vino a hacer una requisa a la casa de Roldán, sentí más pena por ellas que por él. Visto desde ahora, pienso que la denuncia anónima de alguno de los vecinos no debió ser tomada en serio. Seguramente el motivo fue que el denunciante estaba celoso de las bellezas que acompañan a Roldán. Pero ya se sabe: se requiere muy poco para que un rumor crezca hasta convertirse en algo de lo que resulta difícil dudar. De haber estado en el lugar de mi vecino, no habría vacilado en abandonar este barrio e irme a un lugar donde vivir sin ser molestado. Roldán eligió quedarse, restó importancia a lo sucedido y lo atribuyó a una forma de ignorancia que da lugar a prejuicios.
La noche del operativo antidroga, toda la cuadra se llenó de móviles policiales y oficiales armados, incluso un grupo iba acompañado de perros adiestrados para detectar estupefacientes ocultos. Yo miraba desde la ventana y veía como la horda pisoteaba pensamientos y nomeolvides, aplastaba azaleas y lirios. Por la mañana pudo verse que las rosas colombianas estaban deshechas, cientos de pétalos quedaron desparramados, la impresión era similar a esas pinturas modernas en las que se ven gotas de distinto color desparramadas sobre la tela. Aunque la policía no encontró absolutamente nada que incriminara a Roldán, lo retuvo hasta la tarde. Entrada la noche lo vi acopiando los despojos de su jardín. La visión semejaba la figura de un hombre que estuviera recogiendo a sus muertos en un campo de batalla. Sorprendentemente, en poco más de dos semanas el jardín de Roldán se había recuperado casi por completo. Aún cuando muchas de sus hermosas plantas hubieran perdido sus flores, la exhuberancia latía en cada una de ellas. Esta mañana, en el momento en que estaba por despedirme de mi vecino porque se me hacía tarde, él miró detrás de sí, y me dijo: “¿Le gustan? He notado que todos los días las mira. Y pensar que todo aquel lío fue por ellas, ¿verdad?”. “Más que gustarme”, le respondí, “Usted quizás me tomará por loco. Pero mientras conversábamos, no sé bien si por el efecto de la brisa que ahora mismo corre, o por el hechizo que tiene su jardín en mí, me pareció ver que ellas se inclinaban hacia mí, como si me hicieran una reverencia o saludo”. Roldán rió con ganas. Me despedí de el y subí por fin a mi automóvil. Antes de arrancar, una vez más miré al cantero grande de las amapolas. Juro que me sonrieron, pícaras.
Comentarios
A mi hoy, una mariquita que estaba entre la hierba, me dió las gracias porque la retiré del pasto antes de segar.
Y, claro que hay trato: limpiaremos juntos y yo segaré mientras tu cuentas historias.
Salut y abrazos
Esa insoportable levedad de no poseer lo que otro tiene!
La reverencia es la venganza del que no muere, del que no se puede matar.
Sos genial... y tan escondida que tenías esta tramoya vos...
Cordis.