Filantropía

En un lujoso hotel céntrico se realizó el VI Congreso Internacional sobre Niñez y Adolescencia. Asistieron políticos, empresarios, periodistas e importantes personalidades de los ámbitos más variados. El temario de los disertantes abarcó la necesidad de asegurar contención social, educación y bienestar a cada niño del país. Se habló mucho acerca de planes de alfabetización, la eliminación del trabajo infantil y la violencia familiar de la que muchos niños son víctima. Se leyeron ensayos de prestigiosos sociólogos de fama mundial. Se habló del futuro, que debe ser construido sobre una niñez y adolescencia sanas y con respeto absoluto por los derechos universales del menor.

Finalizado el encuentro, los participantes del Congreso fueron saliendo. Era una noche tibia y agradable, así que se vio a muchos dirigirse restoranes, casinos y teatros que la ciudad ofrecía a manos llenas.

A pocas cuadras del hotel donde hasta hace minutos se habló de proteger la niñez, un grupo niños de no más de diez años de edad lavan parabrisas de automóviles, hacen torpes malabares con pelotitas de tenis o naranjas, abren puertas de taxis, miran pasar a la gente y piden “una monedita”.

Ellos jamás sabrán lo importantes que son para los políticos, para los empresarios, para toda la gente de bien que se preocupa porque sus derechos no sean violentados. Jamás sabrán todo lo bueno que esta noche se ha planeado para ellos, y las cosas hermosas que los mayores les tienen preparadas. No lo sabrán, simplemente porque están ocupados en conseguir un par de monedas que llevar a la casa de sus padres, o para entregar a algún mecenas que les exigirá siempre más.

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