Doble Click

Después de mucha vacilación, decide crear un blog. En una suerte de plan antropológico, lee en la Web a fin de comprender la dinámica de la blogósfera. Hecho esto, pone manos a la obra. Publica al menos un post diario, se cuida de que tenga ritmo, que sea llamativo, con un toque de humor, pero sin olvidarse de dejar al menos un idea, algo en qué pensar.

Pasan varios meses. Nadie comenta sus publicaciones, nadie le envía mails, no tiene un solo seguidor.

NADA.

Lee sobre marketing digital orientado a bloggers. Pide consejos, se los dan. Entonces peregrina la red comentando blogs que tratan sobre literatura, música, moda, política, arte, gastronomía, viajes, sobre cómo hacer bonsáis, sobre corte y confección, peluquería y ortodoncia. Llega incluso a comentar en un blog de cierto hombre que dice ser la reencarnación del poeta Homero.

Seis meses.

NADA.

Desespera. Se deprime. No encuentra sentido a seguir escribiendo. Sus amigos de Facebook le dicen que lo leen, pero no se toman la molestia de dejar testimonio de sus lecturas. Siente la frustración de la derrota. Se apiada de ese hombre que pensó que vender agua en el desierto era un negocio excelente y jamás tuvo un solo cliente. Comprende el desamparo del profeta Jeremías predicando en la soledad de una Jerusalén indolente y blasfema. Su corazón se hermana con todos los locos, alunados, los incomprendidos de la historia.

Debe cerrar su blog.

Angustiado, abraza la resignación. Enciende su computadora. Por mera inercia y costumbre abre su Outlook. Espera. Un único mensaje nuevo. Tres veces relee el encabezado para estar seguro de que no es un error. No hay dudas. “Nuevo comentario en su blog”. La última vez que sintió el redoble de un tambor en el pecho como ahora fue con motivo de recibirse en la universidad. Se toma su tiempo. Mira la pantalla y sonríe estúpidamente. Se siente Edmund Hillary en la cumbre del Everest y con el mundo a sus pies.

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