Nocturnidades

Lejano, intenso, urgente y preservado del tiempo, ya inmortal. Muerto vivo, suena Miles Davis. Lo veo aferrado a su gran oráculo negro y dorado, disparando eternidad y trozos de tiempo en escalas. Te veo a vos que no estás en este cuarto, ni en esta casa, ni en la manzana. No estas en Córdoba, no estás conmigo en esta cama que de pronto es inmensa.

Y ahora es tan fácil imaginar que vos tampoco conseguís dormir, verte ahí, atravesada en tu cama, enredada entre sábanas, almohadas y ropa de dormir. Atravesada también por esto. Esto que ni vos ni yo necesitamos nombrar aún, tal vez para ordenarlo y clasificarlo.

Rótulos. Como los de los frascos en la alacena de la cocina. Y esto es la esperanza, y aquí la alegría. Agregar además un poco de cordura y sentido común. Un poco de sal, una pizca de comino y pimienta negra. Rótulos. Ah, por cierto, muy importante: sazonar la mezcla con pasión a gusto. Las recetas.

Pero dónde nadie aprendió alguna vez la farmacopea de la felicidad. Y ahora me dirás como aquella otra vez: he descubierto que la felicidad no existe. Y pensaré entonces, sin decirte nada, cuántas postergaciones, cuántas renuncias, cuánta paz alquilada amortizada con ásperos silencios habrán hecho falta para dejar de creer.

Pero ahora vos tampoco conseguís dormir.

Para espantar este insomnio que porfía en tejer y destejer esta trama del derecho y del revés, sin mirar agarro del montón de libros de la mesa de luz uno cualquiera. Me sonreís en la pantalla del monitor. Me miras ladeando la cabeza. ¿Espiás que leo? Creo que a vos también te gustaría este tomo, El libro de la risa y el olvido, Milan Kundera.

Los ojos pasean, caminan párrafos enteros y como un murmullo lejano me entero de que Karel piensa : “delante de todo hay una gran pera y mucho más atrás un tanque, pequeñito como una mariquita que en cualquier momento puede levantar el vuelo y desaparecer. Ay, si, en realidad mamá tiene razón: el tanque es mortal, y una pera es eterna”. Inmediatamente recuerdo esa otra figura: una mujer hastiada de un mundo hacia el que no siente mayor apego, decide caminar para siempre con una flor de nomeolvides azul frente a su rostro, ya para siempre sin memoria.

Y ahora vos tampoco conseguís dormir.

Y sin embargo ahora aquí hay de todo menos falta de memoria. Y menos aun deseo de perderla.

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