Primeras palabras (Parte I)

Mirado desde este lugar en el tiempo, y siempre atravesado por mis súcubos literatos, resulta completamente fácil imaginar que algún oscuro designio habrá sido enunciado en otra era: debía suceder así.

Baste con pensar la forma en que los astros tejieron en torno suyo la trama que lo haría trascender la mera existencia. Ya su abuelo había sido locutor, lo mismo que su tío y hermano mayor. Su padre, notable erudito en oratoria, desarrolló el discurso visual para enseñar a sordos a pronunciar palabras. Él mismo fue profesor en escuelas para sordos con el método de su padre. No es un dato menor que su propia madre, su hermana y la mujer de la que se enamoró fueran, también, sordas.

Así las cosas, pasó su vida entre la docencia y la elaboración de complejos sistemas y dispositivos que rondaron siempre la misma tópica: la transmisión del sonido, y, muy particularmente, de la voz humana.

Dos bocadillos: dicen que quedó fascinado con una réplica de El Turco, aquel autómata de Kempelen que jugaba al ajedrez y hablaba, tanto, que decidió crear uno propio. Se sabe que consiguió construir la cabeza, y que logró que dijera con claridad “mamá”. Trouve se llamaba el terrier de la familia. Se dice que él lo adiestró de forma que manipulando los labios y cuerdas vocales del perro, su auditorio quedaba alelado cuando oía que el animal decía: "¿Cómo estás abuela?"

Los designios son así, suceden, como ya se ha dicho, como el arte, como el amor: estaba nuestro buen amigo inmerso en sus aparatos, probándolo todo, aceptando todas las posibilidades, y Watson, junto a él. He aquí la prueba de que debía suceder así
: innumerables son ya los fracasos, y uno más viene a sumarse. Accidentalmente Watson desconecta un cable necesario para una de las pruebas. Se aleja a la habitación contigua, para disponer el orden de bocinas, cables, y toda aquella parafernalia que persigue una quimera. Y en ese instante, sucede: a través de la bocina que está allí mismo, escucha la voz nítida de su patrón: “Sr. Watson, venga acá, necesito verlo”. Nacía el teléfono. Las primeras palabras a través de él fueron un requerimiento.

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