Sobre Ojos y Cerraduras

Y para que engañarse. Usted, Paloma mía, es fatalmente encantadora cuando se pasea de esa manera tan desenfadada, con esa soberana lozanía de capullo matinal. Es más: casi debería decir cuando se pasea desnuda. ¿Por qué me mira con esa expresion en la cara?


El era un consumado artista del ojeo, midiendo la noche desde su atalaya. Resistiendo los envites de los mirares ajenos, hasta que le echaban humo las pestañas. (1)


Yo me deleito observándola desde este lugar de maravillas, donde, juraría, pocos habrán conseguido mirarla. Y siento un placer casi impúdico al mirarla.

Desde el ojo de esta cerradura la percibo a usted, como se perciben las casas bajas desde los altos balcones de un edificio. Esas casas que tienen todas una fachada casi idéntica. Pero basta con tan solo otear desde un punto estrategicamente elegido, una atalaya como la de este voyeur, para distinguir sus patios traseros: en algunos de esos espacios a veces hay suciedad y abandono. También bicicletas viejas arrumbadas contra alguna pared despintada y macetas apretadas de la flora del mundo. Y gatos y charcos de agua. ¿Se ríe? Y es que usted no lo sabe. También allí arriba comienza el cielo de verdad, y uno puede beber jugos de luna y hacer algodón de azúcar con las nubes bajas.


Comprenderá que también allí había que mirar muchas cosas en esa forma. Que también en una boca, en un amor, una novela había que subir (…) Pero tenga cuidado (…) Hay cosas que solo se dejan ver (…) y otras que no quieren, que tienen miedo de ese ascenso que las obliga a desnudarse tanto (…) Cuidado con esa silla, cuidado con esa mujer. (2)


Me alucina ser su voyeur, Paloma mía. Me seduce espiarle el alma a sus deseos. Me hipnotiza comer con los ojos la fibra de su instinto. Me gusta adivinarla, presentirla y saber que eso no la incomoda. Y diré mas: al contrario, intuyo que le es delicioso. Como correrse un bretel muy ajustado y rozar suavemente la piel enrojecida.


Cuando ella respondió al torniquete de su mirada con el navajazo de sus ojos (...) el se dio cuenta de que la vida le regalaba una compañera para sus juegos. (1)


Y ahora descubro en usted un búmeran: se baja mansamente los breteles apretados de sus recelos, y suelta por fin la sospecha y el escrúpulo que le apretujaban las alas. Y atrapo en su rostro la seña inconfundible del cómplice, el guiño que abre este juego de confundirnos y reconocernos. Y dejo de ser su voyeur y me convierto por fin en esa sombra que se tumba a tu lado en la alfombra, a la orilla de la chimenea…(3)


Y toda la maravilla del universo nos embriaga.




(1) De "Mírame y no me toques", Joan Manuel Serrat

(2) Del audio "Instrucciones para subir una escalera al revés", Julio Cortázar

(3) De "A orillas de la chimenea", Joaquín Sabina

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