Cartas de un asesino insignificante - José Carlos Somoza

Estimada señorita: Voy a matarla y usted lo sabe, así que me asombra su silencio. La flor del almendro ya destella de blancura en las ramas, pero no advierto la flor de sus cartas en el muro. Eso no es lo convenido. Yo me tomo en serio mi papel de verdugo: haga lo mismo con el suyo de víctima. Le sugiero, por ejemplo, que se vuelva romántica.

He aquí algunos ejercicios.

Ejercicios románticos

a) Aproveche la geofísica de Roquedal. El viento tiene fuerza en los pueblos costeros: escuche atentamente su silbido cuando azota las ventanas de su casa. Pensará: «No puede ser. No es el viento. Es el horror».

b) El mar y la soledad. Camine sola hacia la playa a horas inusuales, idealmente el crepúsculo, y diríjase al espigón. Acceda a salpicarse con los rociones de espuma. Contemple la poderosa túnica azul oscura y la guadaña blanca de las olas. Y hágase nuevas preguntas: «¿Qué significa esta gélida mortaja? ¿Cómo es posible que esto sea "el mar"? ¿Cómo he podido pensar alguna vez que esto era "el mar"?».

c) De noche, escoja la ruta de los solares, hacia el norte, para que las luces del pueblo no la estorben. Entonces levante la cabeza y observe detenidamente las estrellas. Piense en la Tierra con minúsculas: tierra, un pedazo de ella que gira sin vértigo en la pulcritud del espacio. Concédale, en cambio, mayúsculas a la luna: Luna, una roca helada y blanca, un satélite muerto. Y piense: «En teoría, mientras admiro esta negrura, debería amar. Pero ¿acaso podemos amar bajo la noche?». Haga como si, por un descuido, el mundo se le hubiese caído en la oscuridad y usted lo perdiera.

d) Aceche los ángulos de las paredes; perciba el inagotable trajín de los fantasmas; vague por los pasillos hasta que un espejo emboscado la sor¬prenda; encienda velas y columbre la forma de las sombras; plántese en medio de la oscuridad y recele de su propio cuerpo respirador.

e) Y si no puede evitarlo, ríase. Pero descifre la risa, compruebe su semejanza con la agonía —garganta convulsa, espasmos de vientre, gritos—. Cese de reír riéndose.

Sobre su muerte, señorita, elaboramos una ilusión: la de que todo lo que usted haga antes de morir será trascendental. La solución perfecta consiste en que se vuelva romántica.

José Carlos Somoza, Cartas de un asesino insignificante

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