Cursilerías que quieren dejar de ser.

Pucha que sos difícil de arrancar, piba. Mirá que hago todo lo que puedo por llenar los cuadritos de la agenda con impostergables del tipo “pagar la luz y el gas”, “visitar al dentista”, “cumpleaños del amigo tal”, “llamar por teléfono al banco”, “llevar el auto al taller”, “ir al estreno del cine”, “no olvidar, hoy teatro”. Por más que me ocupe en sacar el sempiterno polvo de los libros, zurcir medias, cortar el pasto del jardín, cambiar el cuerito de la canilla, barrer la vereda, la propia y la del vecino. No importa que trabaje como un alemán alienado que se empeña con precisión suiza en no dilapidar como un norteamericano el tiempo que antes le sobraba como a un argentino.

Ni así, piba. Cuando comienzo a creer que por fin pensar no va a ser sinónimo de pensar-te y mirar con nostalgia el banco de la plaza donde vos me esperabas a la salida del conservatorio, y sentarme en la mesa de un bar duplicando un encuentro con vos en un tiempo que ahora parece imposible, y mirar hacia atrás o a la vereda de enfrente o a la esquina, esperando que aparezcas de la nada, por accidente y sin casualidad, y nos riamos estúpidamente de lo admirable del azar que nos rige, en fin, cuando creo que logré de una buena vez pensar sin pensarte, no hago más que esto que leés ahora, una enumeración necia de agujeros de nostalgia.

Ya ves, piba. El espíritu está presto, pero con eso no se paga el cielo.

Hay días en que soy absuelto de vos y entonces vuelvo a sentir el viejo placer de naufragar las historias de otras vidas o muertes o amores en los libros. Consigo incluso escribir algunas pocas palabras, sin necesidad de nombrar honduras del alma, sentires etéreos. En esos días la música suena transparente y es sólo música, no ese implacable fijador de la memoria que me abruma con imágenes y voces y aromas, toda la prosapia de presencias, el recuerdo que ríe ante la impotencia del olvido.

Pero basta que las sombras lleguen, basta que busque ampararme en la almohada, para que crezcas en los intersticios de la noche, y atornillada en medio de mi insomnio te ponés a tallar la baraja de los sueños que ya no serán sin que pongas en marcha una permutación del tiempo y seas vos, en todos siempre vos.

Si a veces ya me parece que antes de vos…

Pero qué digo, antes de vos, piba, ya no me acuerdo de nada. Es insensato que esto sea como es, tan inútil, tan vergonzosamente adolescente, si es para que me den cuatro sopapos en medio de mi humanidad. En cuanto me dejo ir un poco escribo cursilerías de tal calibre, que para qué. Como ésta piba, ¿ves? Un soliloquio sin un solo gramo de peso poético.

Y sé que esta piedrita que ahora golpea sordamente tu ventana no tiene cómo franquearme paso; no espero un réplica que la venga a corregir o confirmar. Es tan sólo la voz de uno que ya no sabe qué hacer para dejar de quererte, piba.

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