El barómetro, o sobre las penas y alegrias de Juan.
Cuando conversaban y ella le decía mamerto, pavote, nabo o aparato, él sabía que estaba bien encaminado. Cuando él decía alguna cosa que debería haberla incomodado, y ella le decia tarado, era claro que el rubor lo invitaba al beso. Si, en cambio, ella le decía estúpido, con un leve alargamiento de la "ú", el tenía por seguro que esa noche dormiría con ella. Cuando sucedía que al saludarlo ella decía "Hola Juan", él respiraba hondo y, acongojado, se sentaba a esperar el temporal, que crecería hasta cobrar dimensiones las de un tsunami.
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