Sobre lo perdido y lo recobrado (Parte III)

De todas las novelas que leí en el tomo de Maestros Rusos, Nosotros me pareció superior a todas en muchos sentidos. Por esos tiempos, 1984, la novela de Orwell, ya había pasado por mis manos, y sin embargo cuando leí Nosotros tuve la impresión de estar mirando el mismo paisaje que Orwell describiera en 1984, pero con una mirada centrada en lo que nos cristaliza humanos, a la vez que pesimista sobre la concreción de mundos perfectos.


Quizás por la forma improbable por la que me enteré de aquella novela, quizás porque el hombre que la había escrito captó alguna escencia vital, cosa siempre difícil de conseguir, quizás simplemente porque disfruté tanto Nosotros, haberlo perdido para siempre resulta tan frustrante.


Cada vez que uno pasa por una librería de saldos mira entre los estantes y espera casi sin esperanza. Lo imposible de reiterar, en otro espacio, en otro tiempo, aquel afortunado descubrimiento, no evita que uno escarbe a la espera del prodigio. Cuando sale a la calle, y a las vidrieras, una vaga sensación de lo que se ha extraviado ya sin retorno se queda entre la ropa y la piel. Y no consuela sacudírsela comprando otro libro, por más nuevo y bonito que sea.

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