Sobre lo perdido y lo recobrado (Parte II)
Es imposible, completamente inadmisible para el ánimo de un lector cuasi vicioso, pasar delante de una librería y seguir de largo. Si la librería es de libros nuevos, uno examina los títulos, los intuye, se pregunta sobre temas y tramas, descubre rostros conocidos, algunos amados, otros odiosos, observa encuadernaciones y critica artes de tapa. En cambio, si la librería es de usados, la operación interna es completamente distinta: uno se convierte en arqueólogo, en buscador de tesoros.
Las librerías de saldos tienen la ventaja adicional de la diferencia pecuniaria: uno debe agradecer a los dioses de las letras que muchos dueños de esas librerías no tengan ni pizca de idea del valor de los libros que venden por precios exiguos.
En una de estas auscultaciones de estantes fue que Nosotros, la novela de Yevguieni Zamiatin, llegó a mis manos. Y no venía sola: era un tomo bellísimo, encuadernado en piel, con hojas en papel Biblia; pertenecía a una discontinuada colección de la Editorial Planeta: Maestros Rusos, era tomo el VI. El viaje de Gleb, de B. Zaitzeff; San Petersburgo de A. Belyii; La fuerza sin nombre de N. Nakorov y Nosotros eran algunos de los títulos de la obra que contenía ese preciado tomo. La compra fue una verdadera bicoca.
Las librerías de saldos tienen la ventaja adicional de la diferencia pecuniaria: uno debe agradecer a los dioses de las letras que muchos dueños de esas librerías no tengan ni pizca de idea del valor de los libros que venden por precios exiguos.
En una de estas auscultaciones de estantes fue que Nosotros, la novela de Yevguieni Zamiatin, llegó a mis manos. Y no venía sola: era un tomo bellísimo, encuadernado en piel, con hojas en papel Biblia; pertenecía a una discontinuada colección de la Editorial Planeta: Maestros Rusos, era tomo el VI. El viaje de Gleb, de B. Zaitzeff; San Petersburgo de A. Belyii; La fuerza sin nombre de N. Nakorov y Nosotros eran algunos de los títulos de la obra que contenía ese preciado tomo. La compra fue una verdadera bicoca.
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