Los amantes
Había algo en ellos que no le terminaba de encajar…
Eran jóvenes, bellos y estaban enamorados. Hacía ya dos años vivían en su pequeña casa, y ella estaba encinta. Si uno hubiera preguntado en el vecindario, eran la pareja perfecta, se los veía radiantes, felices. En una palabra: la vida les sonreía. Es cierto que no les había resultado nada fácil. La vida en una ciudad de provincia tiene sinsabores: a nadie escapa que sus familias habían tenido diferencias importantes, y que el encono entre ambas estirpes perduraba desde hacía ya varias generaciones. Hubieron de recurrir a celestinas, amigos encubridores, visitas clandestinas en plena oscuridad y cien formas ingeniosas para conseguir que su amor perdurase en medio de tanta inclemencia. Temieron que nunca se fuera a realizar su deseo de unión. Pese a todo, mirado hacia atrás, el camino, sinuoso, había terminado en este oasis de dicha.
Y sin embargo, había algo en la historia de ellos que no le terminaba de encajar. No pudiendo quedarse tranquilo con esta sensación de que en la vida real raramente sucede lo que a ellos, se sentó en su banco, tomó una hoja en blanco y resumió lo que estaba pensando: ante la imposibilidad de convertir su amor en vida compartida, y visto ya todo lo que el mundo ponía entre ellos, ella buscaría una forma de estar con él: simularía su muerte, un amigo de ella le avisaría a su amado, y cuando todo el mundo la diera por muerta, juntos huirían a otras tierras; antes de que le dieran aviso, su amado llegaría a donde ella reposaba dormida, y al creerla muerta, se quitaría la vida; al despertar, ella lo vería y sin razón ya de vivir, se clavaría una daga y caería junto a él.
El se llamaría Romeo, ella, Julieta.
Eran jóvenes, bellos y estaban enamorados. Hacía ya dos años vivían en su pequeña casa, y ella estaba encinta. Si uno hubiera preguntado en el vecindario, eran la pareja perfecta, se los veía radiantes, felices. En una palabra: la vida les sonreía. Es cierto que no les había resultado nada fácil. La vida en una ciudad de provincia tiene sinsabores: a nadie escapa que sus familias habían tenido diferencias importantes, y que el encono entre ambas estirpes perduraba desde hacía ya varias generaciones. Hubieron de recurrir a celestinas, amigos encubridores, visitas clandestinas en plena oscuridad y cien formas ingeniosas para conseguir que su amor perdurase en medio de tanta inclemencia. Temieron que nunca se fuera a realizar su deseo de unión. Pese a todo, mirado hacia atrás, el camino, sinuoso, había terminado en este oasis de dicha.
Y sin embargo, había algo en la historia de ellos que no le terminaba de encajar. No pudiendo quedarse tranquilo con esta sensación de que en la vida real raramente sucede lo que a ellos, se sentó en su banco, tomó una hoja en blanco y resumió lo que estaba pensando: ante la imposibilidad de convertir su amor en vida compartida, y visto ya todo lo que el mundo ponía entre ellos, ella buscaría una forma de estar con él: simularía su muerte, un amigo de ella le avisaría a su amado, y cuando todo el mundo la diera por muerta, juntos huirían a otras tierras; antes de que le dieran aviso, su amado llegaría a donde ella reposaba dormida, y al creerla muerta, se quitaría la vida; al despertar, ella lo vería y sin razón ya de vivir, se clavaría una daga y caería junto a él.
El se llamaría Romeo, ella, Julieta.
Comentarios
Uno busca gente afín en todos lados y los blogs no son la excepción. Platón decía que los amigos tienen todas las cosas en común. Supongo que debe sonar mejor en griego, en español parece un slogan de desodorante de ambientes.
Saludos, Hans. Y agradecido porque se haya tomado el tiempo de pasar. Nos seguimos leyendo.