Las Historias de Don Rolo (Capítulo III)

“La cosa pasó más o menos así: un tipo, que no se sabe bien era si pastor o príncipe, la verdad da lo mismo, estaba un día en un prado, descansando. En eso aparece una mujer, hermosa, como todas las mujeres de antes. El tipo no era nada feo tampoco, o eso dicen, y ahí nomás le buscó charla a la mina. En esa época, si eras príncipe tenías mucho tiempo, total, no tenías que hacer nada. Para eso tenías doscientos sirvientes. Y si eras pastor, menos. Vieron que las ovejas son los bichos menos molestos que hay. Con tal de que tengan un poco de pasto y agua, están contentas. Las mirás de lejos nomás y te echás bajo la sombra de un árbol. Mientras tocás la flauta o escribís La Eneida, qué sé yo. Bueno, sea como fuere, el tipo tenía tiempo como para pasear por el mercado y escuchar los chismes de las viejas. Viste cómo es. Las viejas siempre tienen cosas para contar. Así que cuando vio que la mina se reía tan lindo con las cosas que contaba, se despachó con las historias más picantes que tenía en el repertorio. Para hacerla corta: la mina se enamoró del príncipe-pastor y ahí mismo le entregó su corazón. Es una forma de decirlo, claro. Ustedes me entienden ¿no? ¿O hace falta que les explique? –guiña un ojo, ríe con sus dientes manchados de tabaco y sigue- Bueno, fijate vos que no sólo se enamora de él, sino que además le da un hijo que mucho después sería famoso, tanto que Virgilio escribe un libro sobre él. –Juan lo mira consternado- Virgilio, ya saben… Pero me estoy yendo del tema. Les contaba del tipo, el padre del héroe, digo. Y la mina. Resulta que después que se habían acostado… bueno, después de que habían hecho lo que habían hecho, la mina le dice: “Mirá, querido. La verdad es que yo no soy una mujer. Soy una diosa, hija del olímpico Zeus. Y no cualquier diosa. Soy Afrodita, la diosa del Amor, como todos saben. Y como te portaste tan bien conmigo vamos a tener un hijo que va a ser héroe”. ¡No se rían, che! Antes, cuando una mina te decía que estaba preñada de vos, no era una catástrofe como ahora. Y si te lo decía una diosa, por más que te lo diga al minuto de que se puso el corpiño, vos sabías que algo bien habías hecho, claro. Lo que sí, Afrodita le hizo jurar que no diría a nadie, nunca, lo que había pasado esa tarde. Cuando el chico naciera ella se iba a encargar de todo lo que le hiciera falta hasta que pudiera vivir con su papá. Y sin mucho más trámite se despidió del pastor-príncipe”.

Don Rolo hace una pausa. Toma un largo trago de soda y enciende otro cigarrillo. Juan me mira como pidiendo auxilio. Yo, que ya conozco que Don Rolo aborrece que lo interrumpan, me encojo de hombros y espero a que el relato siga.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Una flor de nomeolvides - Milan Kundera

Las Historias de Don Rolo (Capítulo I)

Undine - Abelardo Castillo