Las Historias de Don Rolo (Capítulo IV)

“Pero resulta que el pastor-príncipe era lo que en el litoral argentino llaman “panza resfriada”, quiero decir, que no sabía quedarse callado. Y un poco se entiende ¿no? ¡El tipo se había acostado con la mismísima diosa del Amor! Bueno, el caso es que después de aguantarse las ganas de contar en el mercado, en la plaza mayor, en la taberna, pensó: “No se va a enterar… y capaz que así alguna otra mina me quiera entregar su corazón. Si Afrodita no se pudo resistir a mí ¿qué mina no caería rendida si cuento lo que me pasó?” Así que eso hizo. A la próxima mujer que le gustó le contó la historia de sus amoríos con la divina Afrodita. Y claro, la mina le entregó su corazón. También.
Pero la diosa se enteró. Y no le gustó ni medio. Peor que eso: se puso furiosa. Imaginate vos que no era cosa que se anduviera diciendo por ahí que La Diosa se acostaba con el primer mozo que encontraba tirado debajo de un árbol. ¿Y saben qué pasó?”

Juan me miró, pálido. Yo creo que además de exagerado era un tanto supersticioso. Y Don Rolo había conseguido meterle miedo con ese tono gélido con el que hizo la pregunta.

-No, Don Rolo. ¿Qué pasó?

“Un día que el príncipe-pastor andaba con las ovejas, tocaba la lira debajo de un árbol y pensaba en que quizás tuviera la suerte de que alguna otra diosa, o ninfa, o una mina común y corriente lo viera ahí mismo y se enamorase de él, Afrodita juntó toda la bronca que tenía, la convirtió en un rayo y se lo disparó al tipo. Ya saben, todos los dioses hacían cosas así. Para colmo tenían una puntería bárbara: difícil que pifiaran, viste. Y Afrodita era buena imitando a su papá, que ya se sabe, tenía el monopolio casi exclusivo de los rayos. Así que le dio en medio de la humanidad del infeliz bocón.”

Juan apenas mueve la boca:

-¿Mu… murió?

“No, qué va. Pero estuvo ahí nomás de espichar. Tuvo suerte de que La Diosa en realidad sólo lo quería asustar. Fijate que esperaban un hijo y no quedaría bien, ahora que se sabía la historia, que lo dejase huérfano ¿entendés? Así que no lo mató, sólo le dejó una pierna más seca que la rama de un árbol. Como patita de gorrión le quedó la gamba, viste. Y por eso te digo, Juan. Siempre que una mujer, cualquier mujer, por simpatía, por cariño o simplemente por hacerte un favor, se entregue a vos, no debés hablar de la manera que lo hiciste. Nunca se sabe cuándo es una diosa la que te está besando, o quizás siempre sea así. ¿Por qué no?”

Comentarios

Entradas populares de este blog

Una flor de nomeolvides - Milan Kundera

Las Historias de Don Rolo (Capítulo I)

Undine - Abelardo Castillo