El crimen perfecto

Era un pusilánime. Por eso lo maté. No hacía falta más que ver cómo se arrastraba detrás de cualquier deseo, palabra o, más repulsivo aun, capricho de Ella. Y ni siquiera eso: fiel perro alcahuete que la seguía contento por migajas que se caían de Su mano, alegre de por lo menos estar cerca, dentro del universo encantado por la voluntad omnipotente de Ella. El infeliz no se daba cuenta de lo insoportablemente patética que era su imagen haciendo de faldero incondicional. Si por lo menos la hubiera merecido. Si al menos en su alma hubiera virtud suficiente para pretenderla. Era nefasto: toda esa ansia absurda de apuntar hacia un brillo completamente ausente en su pobre persona minúscula, triste marioneta de trapo, indigente de voluntad y vida. Yo no pude soportar esa visión: el único, yo lo sé, que comprendió la naturaleza de Ella, fui yo, no él, ni nadie más. Ella es algo demasiado precioso como para que una mediocridad tan cabal la rodee. Por eso te maté. Por eso te arrastré hasta aquí. No vas a tener el beneficio de que alguien descubra tu ridículo cuerpo destrozado y me persiga para darme caza y castigo. Aquí nadie jamás te va a encontrar, no quedará de vos huella alguna; nadie vendrá aquí para darte un lugar de descanso: el sueño de los justos jamás te alcanzará y vas a pudrirte en esta pesadilla; mañana ningún diario dirá “Crimen pasional. Lo mató por celos”. Serás la nada que fuiste en vida. Y ahora, morite de una vez, perro!  
                  
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El periódico de la mañana publicó la noticia. El hombre había muerto en su casa, solo. Su rostro estaba deformado, como si hubiera sido víctima de un paro cardíaco, aunque las pericias posteriores confirmaron que no se trató de una falla cardíaca. En su mano crispada tenía un cuchillo manchado de sangre, aunque aún no se pudo deducir el origen de la misma. “Murió mientras dormía”, dijo el forense que asistió al lugar del hecho.

Dos páginas más adelante, en la sección Policiales, salió publicada otra nota. Un hombre había muerto por causas oscuras mientras yacía con una mujer. El cadáver presentaba un corte profundo a la altura del cuello, y dos perforaciones en el pecho, presuntamente realizadas con arma blanca, aunque en el lecho en que se lo encontró no había rastro alguno de sangre. Según los testimonios de los vecinos, el hombre era el amante de la propietaria del inmueble y solía quedarse en casa de ella. Se investiga ahora si la mujer tuvo relación con el crimen.

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