Habitación 47

Clelia está tendida en una cama. Tiene el rostro pálido, muy pálido. Duerme. A sus pies, tres mujeres velan. Los rasgos de las tres tienen alguna semejanza, lo que hace pensar que son hermanas. Clelia se revuelve en la cama, se le escapa un pequeño quejido, dice alguna cosa incomprensible. Abre los ojos. Mira a las tres figuras a sus pies. No las reconoce. Cree que delira y, por temor a hacer el ridículo, no dice nada. Las observa un buen rato. Ahora Clelia se acomoda en la cama, coloca la almohada como respaldo de modo que casi queda sentada mirando de frente a las tres. Por fin dice con una voz marchita: “¡Qué bonito eso que hacen!”. La primera de las tres mujeres levanta la vista. Acciona un curioso dispositivo, una rueca. Llama la atención ver algo como eso en cualquier parte, pero más aún en un hospital. Hábilmente mueve sus manos, toma pequeños copos de lana virgen, los desarma en pequeñas fibras y luego, en la rueca, las convierte en un fino cordel. Sin dejar de hilar, le devuelve la mirada a la enferma, y dice con voz que delata juventud: “Cierto, señora. Siempre es agradable comenzar una tarea”. Clelia discurre con la vista hacia las manos de la segunda hermana que, absorta, teje. “Ah, qué belleza ese paisaje. Me hace acordar a una viña de mi pueblo natal”. De la bolsa en que cae el hilo que la primera fabrica, la segunda toma el hilo con el que teje tapices con diversos motivos. Mezcla colores, inventa paisajes, dibuja figuras. Levanta la cabeza y, sin dejar un instante su tejido, responde: “Cierto, señora. Ah sido muy bonito ese paisaje de la viña. Me alegro que le haya gustado a usted”. Clelia se siente un tanto más animada. Los últimos días han sido fatales. “¿Y usted, qué hace? ¿Trabaja como ellas?”, le dice a la tercera de las hermanas, que tiene los ojos absortos en las otras dos. No dice nada. Mira cómo teje la segunda. Vuelve la vista a Clelia y pregunta: “¿Qué edad tiene, Clelia?” “Voy a cumplir 82 en Junio. Mis nietos me han prometido que…” La tercera interrumpe a Clelia, mira a las otras dos. Dice: “Está listo” y extrae de una bolsa unas tijeras. “¿Ya?” pregunta la primera, y en su tono hay un dejo de protesta. “Sí, ya” dice la mayor con tono inflexible. Las tres miran a Clelia, que se ha quedado nuevamente dormida. “Adiós, Clelia” dicen, cada una a su vez. Átropos, la hermana mayor, corta el hilo y sale de la habitación. Cloto y Láquesis la siguen.

Comentarios

mariajesusparadela ha dicho que…
Sí ya las había visto, ese era el único final, claro.
Hermosamente contado.
Quisira un fin así: un tijeretado y, chao.
El Griego ha dicho que…
Mari:

Le agradezco sinceramente que le dedique su tiempo a mis textos. Me alegra que le haya gustado. Y sí, creo que en los mitos clásicos existe una constante búsqueda de entender y explicar. Si se puede, de manera que la belleza no quede excluída.

Saludos, y gracias por pasar.
Asturiela ha dicho que…
tu mas que nadie sabe de la mitologia griega.
ha sido una buena adaptacion.


un beso :)
El Griego ha dicho que…
Asturiela:

Desde este lado del Universo, gracias. No crea que sé tanto. Sobre nada en general. Es pura curiosidad nomás. Agradezco su visita y que haya dejado huella. Espero que siga volviendo. Ya me daré una vueltita por su espacio, a ver con qué me recibe.

Salut!

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