Liberación

Cada ataque manifestaba síntomas similares: transpiraba copiosamente, sudor helado; se movía de forma compulsiva de un lado a otro, como se mueven los tigres encerrados en jaulas; jadeaba furiosamente como si acabara de correr una distancia larga; temblaba, sacudida por espasmos trepidantes. Podía tener varios de estos síntomas a la vez, pero cuando no caía desvanecida en un desmayo, el final era siempre el mismo: pánico, terror, gritos desesperados. Llegó a arrancarse mechones de cabello, arañarse la cara e intentó saltar desde una ventana en un cuarto piso.

Le diagnosticaron claustrofobia. Fue a un psicólogo, le dieron medicación, intentó con terapias alternativas. Nada parecía traerle alivio duradero.

Martín, su pareja desde hacía varios años, hacía lo imposible porque Alejandra se sintiera bien. Cada vez que los ataques comenzaban a hacerse frecuentes en la casa donde estuvieran, alquilaba otra más grande. Cuando no hubo departamento que la pudiera contener, buscó una casa con jardín. Luego otra más, de dos plantas, con un pequeño parque y árboles. Pero allí también, con el tiempo, se sintió asfixiada.

Finalmente, se mudaron al campo. Martín, que era arquitecto, diseñó una casa muy peculiar: un gran rectángulo sin división alguna, grandes ventanas por todas partes, techos altísimos con zonas semitransparentes, muebles bajos que no cortaban la visión, luces, muchas luces para cuando fuera de noche o estuviera nublado.

Cuando Alejandra vio la casa, supo que allí podría por fin sentirse tranquila, respirar a pulmón lleno el límpido aire campestre, correr sin que nada la detuviera. Aire, aire, aire, por fin.

Es de madrugada. Martín se despierta cuando oye el resuello de Alejandra, sabe que ha comenzado de nuevo. Las sábanas están empapadas, ella corre de un lado a otro de la casa, tropieza, cae al suelo, se lastima. Se arrastra pidiendo más aire, más. Se sofoca, tose, grita sordamente. Las aletas de su nariz se ensanchan, se golpea el pecho con ambas manos, se toma el cuello. Se arranca la ropa a jirones, abre la boca desmesuradamente queriendo tragar un aire que para ella no existe. Corre hacia el sector de la cocina. Revuelve todo, tira los cajones al piso, se rompen platos, copas, caen cacerolas estruendosamente.

Es una visión atroz. Martín sabe qué busca. Está cansado, muy cansado. Y la deja hacer.

Alejandra toma un cuchillo y se abre el pecho.

Comentarios

Ushka ha dicho que…
Y si ella tenía branquias y nunca nadie le hizo la gauchada de tirarla al agua???
El Griego ha dicho que…
Creo que debería escribir un final alternativo con esto que me dice. Nada mal para un final fantástico...

Salut!

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